jueves, 11 de mayo de 2023

LETICIA 5

 

 

            Su despertar era antes que saliera el sol. En esa región no había electricidad y se iluminaban a las horas en que un transformador que funcionaba con gasoil les proporcionaba algo de tensión para los quirófanos.

            Las horas más difíciles eran las del atardecer. A lo lejos se veían los esqueletos de toldos y enramadas que los nativos levantaban según la época del año y las lluvias.

            Leticia espantó del mosquitero algunos insectos. ¡Nunca se acostumbraría a esas mariposas que parecían murciélagos o las arañas patonas y peludas que se subían por las patas de los muebles buscando frescura y comida! Los lugareños le habían advertido que así, tendría a raya los mosquitos que producían más enfermedades que las arañas.

            Recordaba su niñez en su tierra. Allí las había pero eran pequeñas y ponzoñosas. Igual le eran repugnantes. Una vez deshecha de los bichos, se vestía con rapidez y con una aspiradora a pila que le regalara su padre, sorbía cada rincón de su ámbito de vida. Una pequeña habitación de materiales livianos. Su gran defensa era el delantal con las siglas de la O.N.G. que la había invitado.

            Finalmente vestida, higienizada con escasa agua en una palangana de plástico amarillo, despejaba el sudor de una noche húmeda y calurosa. Había aceptado por vocación asistir a esa región de extramundo. Cuando le mandaron el video, supo que nada sería fácil. Todavía había medicina de “brujos” que empíricos, a veces sanaban a sus dolientes enfermos y en su mayoría morían sin mucho llanto ni despedida.

            Salió de su carpa y se encaminó a la enorme carpa blanca donde apenas ingresó le depositaron un jovencito de no más de doce años al que le había estallado una  mina en las piernas. La sangre, esa preciosa joya manaba de las heridas, apenas cubiertas por trapos sucios. La piel sombría y azulada, le hizo apretar los dientes. Pero estaba allí y debía suturar y desinfectar. Un hombre de mirada oscura y sentenciosa la siguió unos pasos, no hablaba pero su mano bajo una sudadera escondía un arma.

            Leticia se volvió y le señaló un cartel que indicaba que no podía pasar. Un gigante moruno, lo sostuvo. No quería dejar al niño en manos de una mujer y blanca, para colmos. El niño estaba muy delicado. Pronto dos enfermeras llegaron con material quirúrgico y bolsas de sangre que traían los helicópteros cada tanto de las ciudades vecinas. El trabajo debía ser rápido, no se podía perder tiempo ni dejar morir al jovencito.

            Leticia necesitó que un colega que no hablaba inglés, le prestara ayuda. Por señas se entendieron. Estabilizaron al enfermito. Ganaba la vida. Comenzaron a llegar otras personas. Todos podían esperar. Recordaba las palabras de sus maestros en la universidad; sonrió, si me vieran es tan diferente allá en mi tierra.

            Agotada se tiró en una hamaca y dejó que una mano generosa le secara el sudor y la sangre que había salpicado su rostro. Otra persona le acercó una botella con soda. El azúcar hizo un pequeño milagro, sintió fuerza para levantarse y seguir. Curó fiebres, piquetes de insectos, cortes de herramientas y huesos quebrados al que le pudo poner un remedio casi arcaico. ¡Una tabla de madera de cajones de los que transportaban los pocos envíos que conseguía la O.N.G.!

            Atardecía y cansada, se acercó a ver a su joven operado. Mutilado, no caminaría más sobre sus delgadas piernas juveniles. ¡Malditas minas!

            Ya se cortaba el suministro de electricidad y debían ir a comer a una de las carpas comedor. Allí, un ser ovillado la detuvo. Era una madre que envuelto tenía un pequeño escondido. Cuando lo vio, descubrió un hermoso niño albino. Su piel alba y su cabello, casi pelusa algodonosa le sonreía debajo de unos hermosos ojos rojos.

            ¡Cure mi niño, por favor! Porque acá lo matarán para usar sus huesos para hacer remedios brujos. Leticia había escuchado esa historia. ¡Los médicos brujos de los clanes, robaban niños albinos para dejarlos morir y descarnándolos, con sus huesitos hacer medicinas!  Se quedó quieta, tomó al niño e ingresó a la carpa comedor. Allí, se le clavaron docenas de ojos. Los nativos, sorprendidos se hicieron atrás, los llegados de otros mundos, los voluntarios se acercaron para verlo y sosteniéndolo, vieron que era sano y fuerte. ¿Qué podemos hacer, preguntó Leticia?

            Un nativo se presentó y dijo, hay que sacarlo de este país, llevarlo lejos. A un país donde pueda vivir y ser un niño útil. Acá corre peligro.

            Leticia, regresó a su carpa y tomó el radio para comunicarse con sus mentores. Un mundo se revolucionó para salvar al pequeño. Pasado varios meses, que lo cuidaron entre todos, Leticia viajó con la madre y el niño a otro país, donde fueron refugiados.

            Los médicos no son sólo operadores de la salud, también son ángeles protectores de los diferentes.

 

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