jueves, 11 de mayo de 2023

UNA HISTORIA DE AMOR


 

            Manfred sacó la bicicleta del galpón y salió pedaleando suavemente en la fría mañana invernal. Había nevado toda la noche con pequeños copos que se acumulaban en las orillas de la carretera y en los pastizales que rodeaban los campos. Debía llegar a su tarea diaria en el pequeño pueblo de Besinghein.

            A medida que avanzaba, cruzaba a algunos vecinos que con la cabeza gacha, como muy preocupados. Kurt Hermann lo detuvo. Resbaló la bicicleta en la tierra congelada. Su botín dejó clavado su huella en la senda. El vecino bajó la voz y sacándose el gorro, le dijo: “Mira con atención lo que han escrito en los muros del pueblo”. Y siguió su camino. Al pasar por ciertas callejuelas, vio un mensaje de un político. Un tal Adolf Hitler y no entendió lo que había de malo en ello. Siguió su camino hasta la herrería, donde ayudaba en los pedidos de los habitantes de varios pueblos de alrededor.

            A la hora de almorzar, se fueron con su patrón casi amigo a una taberna cercana. Se ubicaron junto a la ventana y se acercó Érica, la hija del dueño a la que le pidieron unas chuletas de cerdo y cerveza. Mientras esperaban la comida, entró una joven. Manfred, se quedó en éxtasis. ¡Es una belleza! Mira Otto, esa joven será mi esposa. ¿Qué? Sí, verás ya me las ingeniaré con Érica para saber donde vive y cómo se llama.

            Cuando la mesera se allegó con los platos, Manfred le hizo un verdadero interrogatorio. ¿Cómo se llama ese ángel, dónde vive, qué hace en este pueblo? La linda jovencita, llena de rubor, le dijo: ¡Olvídate de ella! Es Anael, una muchacha judía que ha venido de otro pueblo pegado al río Neckar. Vive con su padre y su madre. Tiene un hermano que trabaja en la imprenta de su padre. Pero no hablan con nadie del pueblo. Sólo el padre es el que tiene algún vínculo con los que lo contratan.

            Quiero que me la presentes. Te lo ruego. Sino lo haces no vendré nunca más a comer y beber aquí. ¡Por lo que me interesa! Dicen que pronto vendrá al pueblo un regimiento entero de soldados y tú, serás el menos interesante, te lo aseguro. Salió para atender otra mesa y la tal Anael, salió a la calle con una fuente de comida que le entregó el dueño de la taberna. No miró a nadie. Al pasar por la ventana se juntaron los ojos de Manfred y Anael y por un instante se detuvo el mundo. Ambos se habían encontrado.

            A hurtadillas se conocieron. El padre de Anael, era muy severo. Y el romance se fue ahondando, el amor surgió con el ímpetu de la juventud y la inexperiencia. Mientras tanto en los muros del pueblo y de toda Alemania crecía la cabeza de una hidra gigante y mortal

 

            La boda se realizó en una sutil clandestinidad. Érica y Kurt fueron los testigos. Un amigo del padre de ërica extrajo un libro del municipio y allí quedó asentado el matrimonio. Luego una breve bendición que les diera un sacerdote de la capilla de Besinghein, los jóvenes huyeron rumbo al río Neckar, desde donde una barca los llevaría lo más lejos posible. Los padres de Anael, quedaron desolados cuando descubrieron que su amada hija se había fugado. No dejaron huellas. Sabían que habían roto todas las leyes de sus mayores. ¡Ni hablar de las de Dios!

            Manfred había acopiado en un baúl, algunos objetos que serían de suma ayuda en este viaje. Ella, se había conformado con algo de ropa que alistó en un bulto vulgar y simple. Como si fueran dos campesinos, viajaron río arriba y descendieron en un pequeño pueblo donde pasaba un ramal del ferrocarril. Allí, con unos marcos, compraron dos billetes comunes y siguieron hacia Stuttgart. Allí se instalaron en una pensión humilde en la afueras. Ahí, sintieron que venían malos momentos para el futuro. Y tomaron la decisión de salir de su amada patria. ¿Pero, adónde ir? A América.   

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