Era un
hombre tan delgado que seguramente remedaba a Mahatma Gandhi. Su llamado de
atención parecía una canción lejana. El viejo caballo atravesaba la calle San
Martín de punta a punta y todas las calles aledañas con el sonsonete: “Turco
vende todo, kohol, jabones perfumados, perfumes orientales y puntillas”. Salían
las mujeres a comprar a la calle con apuro. Las patronas mandaban a sus
mucamitas corriendo a comprar chucherías, para solucionar algún olvido. Siempre
olía a perfume barato; “Mi clavel” era el preferido y engominaba los bigotes
dándole una imagen “diabólica”. Con su cháchara enamoraba jovencitas
inexpertas. Recuerdo la vieja carretela con la capota de hule negro cargada de
puntillas y canastas con productos de perfumería. Un día descendió sobre la calle Barcala, junto a un portón
frente a casa. Allí lo vi entero, parado y sonriente. Llamó, y al salir la
“Paca”, mi vecina, que tenía veinte años, entró el vendedor en la vieja
vivienda de adobe, dejando su caballo manso atado a un árbol.
Un día ví a la Paca, salir vestida de novia, con un velo blanco
cubriéndole la cara. Subió a la
carretela y se perdieron por la senda empedrada Pensé mucho y descubrí, que
el amor tiene recovecos, que yo, que cumplía 12 años en pocos días, no
entendía. ¿Acaso la Paca,
podía querer a ese hombre como en las novelas de la radio? El “Turco”, debía, a
mi entender, cargar varios años más que
la novia. ¿Cincuenta años tal vez tenía? ¡Si podía ser el padre de la novia!
Era tan feo… y áspero. Hoy a la distancia pienso que no era tan mayor, pero
igual era mayor que mi vecina. ¡Mucho mayor que ella por supuesto! Nadie la
volvió a ver. Las malas lenguas del vecindario comentan que la Rosa, su madrastra la vendió
y que el esposo, el “Turco de la carretela”, la llevó a vivir el un lugar,
lejos, muy lejos, donde las mujeres van todas cubiertas de velos negros. La
Rosa, después del casamiento de la Paca, se compró una casa con
patio y jardín en las afueras. Sus hijas se casaron con hombres de dinero y
viven como reinas. ¡Pobre Paca, siempre la recuerdo con sus ojos llenos de
lágrimas salir vestida con su traje de novia prestado. Eso lo supe después,
porque nunca se lo devolvieron a la
Jesusa! ¿Me preguntó si será feliz? Pero en los días de zonda
me parece que entre el aire caliente que levanta el polvo de la calle en
arabescos, veo el caballo arrastrando los canastos con perfume barato, a “Mi
Clavel” y escucho la voz nasal del hombre tratando de vender sus puntillas.
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