jueves, 11 de mayo de 2023

TOTA Y VICTORIO

 

Eran una pareja muy exquisita. Él, un dedicado médico que investigaba el cáncer, enfermedad que había irrumpido en el hermoso rostro de su amada Tota, esposa que era la mujer más bella de la facultad. Intentó cuanto tratamiento le compartían sus colegas del país y del exterior. Logró sacarle el tumor y matar, esas crueles células malignas, que desfigurarían a su querida esposa.

 Ella, era brillante, estudiosa y frágil, pero con un enorme sentido de la voluntad, logró superar esa marca que desfiguraba su mejilla izquierda. El radio, le había dejado un volcán de piel oscura en la cara. En los años de la escuela secundaria, había sido la reina de los estudiantes, por su rara belleza y gracejo. Sus amigos disimulaban la expresión de pena que les daba ver el rostro.

Supo que por los tratamientos jamás podría engendrar un niño y Victorio, jamás le hizo ningún reproche. Pero su soledad los llevó a tomar una decisión, tomar unas cátedras en una provincia a mil kilómetros de la capital. La universidad en dicho lugar era muy prestigiosa y no significaba bajar de nivel académico. Sólo, que estaban muy solos.

Se instalaron en una bella casa en un barrio de casas de buen gusto y buena fama. Sus vecinos eran discretos y amables. El hecho de tener su rostro tan marcado, hacía que los niños y algunas personas incultas la miraran demasiado. Comenzó a usar un sombrero con un velo que le tapaba parte de la cara. Cada vestido que le mandaba madame Turnó, traía el famoso velo. La mucama preparaba la ropa cada mañana para que su señora saliera en el coche a pasear por los amplios parques y paseos de la ciudad.

En la facultad, Victorio, conoció a varios colegas. Eran callados y algo sensibles. Lo consideraban un ser de otro planeta. Sabían que él, había estudiado muchísimo y les extrañaba que en lugar de quedarse en la gran capital, enseñando a los alumnos más adelantados, hubiera aceptado vivir en la provincia.

Pronto supieron la verdad y algunos, se retrotrajeron sin explicaciones excepto un par de colegas, interesados en hacerse amigo y ayudarlo.

Acá comienza otra etapa. La que viví yo, hija de uno de esos médicos. Una noche fueron invitados a mi hogar. Mamá se dedicó a preparar unos manjares que sabía iban a gustarles. Papá eligió vinos y un buen champagne francés. Nos vistieron como muñecas de vidriera. ¡Venía el gran profesor Victorio Traquei y su esposa¡ yo tenía once años y esperaba los chicos para invitarlos a jugar. No había hijos. Pero fue una noche inolvidable. Ni nos dimos cuenta que Tota tenía una enorme marca en la cara, era tan amorosa, graciosa y él, tan chistoso que nos moríamos de risa.

A partir de esa noche, ciertos domingos y feriados en su casa o en la nuestra había un almuerzo o cena y luego jugábamos a mil competencias de memoria y palabras, cartas y fichas… fue tan hermoso ese tiempo, que ha quedado en mi memoria grabado.

Un día vinieron a cenar y les contaron a papá que a él, lo necesitaban en la universidad en Boston. Y se fueron. Por un tiempo escribieron cartas que se fueron espaciando hasta que nunca más supimos de ellos. Seguro que la vida los llevó por caminos más interesantes que una familia de provincia.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario