miércoles, 17 de mayo de 2023

CAYETANO, EL SICILIANO


 

            -No voy a decirles cómo me siento. No, es difícil expresarme, todavía no domino bien el idioma. Sé que hace más de cuarenta años que llegué de Italia, pero qué quieren que les diga, a mí, me cuesta mucho hablar. Yo observo y me callo. Yo veo muchas cosas acá en la placita. Lindas y feas, muy feas a veces, pero no digo nada, ¿para qué? Si nadie pone atención a lo que puede decir un viejo. De igual modo me encanta salir temprano, casi a las seis a remover la tierra y cuidar las plantas. El olor de la tierra es algo que me mueve a soñar, a recordar mi infancia allá en Sicilia. Tantas veces bajé de la montaña estéril para recoger puñados de terrones para agregar a los esqueléticos olivos, luego con el escarpidor hacer un légamo vivificante y saturar la copa evitando que las raíces se frustraran. ¡ Qué maravilla ver surgir de la planta las aceitunas que maduraban como muchachas fértiles! Bueno, le sigo contando, porque estoy preocupado por los sucesos de esta semana. Por Sebastián, sabe, es un buen hombre.- Cayetano se seca el sudor que cae abundante sobre la camisa sucia.

            -En la plaza hay de todo, gente que viene sólo para descansar, de paso; otros vienen con sus perros; que era lo que hacía esa mujer. Traía a un perro “Luli”, lo llamaba. Sí, lo llamaba y el animal corría libre hacia la figura femenina, que de paso, era tan linda como la Gina Lolobrígida, qué sé yo, estaba como dicen ahora los chicos, re buena. Pero algo pasó con ella. Dice Sebastián que se fue a casa de su madre no recuerdo en dónde. Ella me contó una vez que su madre estaba muerta. Puede ser que me equivoque pero ella era muy callada, no hablaba así como así. Ve esta rosa, me la trajo ella, el año pasado. Se llama Aleluya y es de un rojo inmortal con su envés plateado. Me dijo: -Cayetano, acá tiene la rosa más linda para recordar a mi madre que está enterrada en Baigorria. Yo no sé dónde queda Baigorria, pero es cuestión de preguntar nomás. Ahora,  Sebastián pasa de largo, ya no se detiene, si no le preguntaría a él. ¡Está tan delgado! Y extraño a Luli. ¡Qué perro más alegre! Era muy limpio, jamás rompía las plantas. Él no lo trae.- las ásperas manos del jardinero, alardean en el espacio su tristeza.

-          ¿Pero usted don Cayetano, nunca la vio salir de viaje a la señora?- el agente de civil indaga tratando de no mostrar demasiada intriga.

-          No, he visto al hijo menor del concejal que vive en la mitad de cuadra cuando compra el pequeño sobrecito en papel brillante a un tipo que viaja en un Ford K., he visto a la esposa del peluquero con la cara llena de moretones y la nariz rota a golpes, he visto a la señorita de la casita de ventanas verdes despedir a su amiguita con mucha ternura a la madrugada..., pero a ella no la vi salir. La solía ver llegar con un pañuelo tapándose la cabellera. Y estaba él, el Ruben, el rondín, el que se creía Mastroiani, les hacía el filo a todas. Era un verdadero don Juan, pero algo pasó porque ahora han mandado a uno nuevo. Más viejo y callado. El otro era un loco, en el buen sentido. Se conocía la letra de todas las canciones de moda, se perfumaba con esas colonias caras que se venden ahora. En mis tiempos... apenas si nos podíamos bañar para la conquista de las mujeres. Casi le diría que allá en Sicilia, mientras más olor a macho teníamos, más nos querían las mujeres. Éramos como los animales, cerriles y rudos, pero las hembras eran otras. Ninguno de los dos ha dado señales de seguir viniendo... no sé qué pudo haber pasado. Ya se me está anegando el cantero de las hortensias, lo voy a tener que dejar. Pregunte al farmacéutico él conoce a todos por acá. – las manos vigorosas carpen con amor los canteros mientras mira de soslayo a Sebastián que cruza apurado la plaza. El corazón del anciano es un tropel de cascos que golpean en el cerebro. Intuye sucesos.

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