-No voy a decirles cómo me siento.
No, es difícil expresarme, todavía no domino bien el idioma. Sé que hace más de
cuarenta años que llegué de Italia, pero qué quieren que les diga, a mí, me
cuesta mucho hablar. Yo observo y me callo. Yo veo muchas cosas acá en la
placita. Lindas y feas, muy feas a veces, pero no digo nada, ¿para qué? Si
nadie pone atención a lo que puede decir un viejo. De igual modo me encanta
salir temprano, casi a las seis a remover la tierra y cuidar las plantas. El
olor de la tierra es algo que me mueve a soñar, a recordar mi infancia allá en
Sicilia. Tantas veces bajé de la montaña estéril para recoger puñados de
terrones para agregar a los esqueléticos olivos, luego con el escarpidor hacer
un légamo vivificante y saturar la copa evitando que las raíces se frustraran.
¡ Qué maravilla ver surgir de la planta las aceitunas que maduraban como
muchachas fértiles! Bueno, le sigo contando, porque estoy preocupado por los
sucesos de esta semana. Por Sebastián, sabe, es un buen hombre.- Cayetano se
seca el sudor que cae abundante sobre la camisa sucia.
-En la plaza hay de todo, gente que
viene sólo para descansar, de paso; otros vienen con sus perros; que era lo que
hacía esa mujer. Traía a un perro “Luli”, lo llamaba. Sí, lo llamaba y el
animal corría libre hacia la figura femenina, que de paso, era tan linda como
-
¿Pero usted don Cayetano,
nunca la vio salir de viaje a la señora?- el agente de civil indaga tratando de
no mostrar demasiada intriga.
-
No, he visto al hijo menor
del concejal que vive en la mitad de cuadra cuando compra el pequeño sobrecito
en papel brillante a un tipo que viaja en un Ford K., he visto a la esposa del
peluquero con la cara llena de moretones y la nariz rota a golpes, he visto a
la señorita de la casita de ventanas verdes despedir a su amiguita con mucha
ternura a la madrugada..., pero a ella no la vi salir. La solía ver llegar con
un pañuelo tapándose la cabellera. Y estaba él, el Ruben, el rondín, el que se
creía Mastroiani, les hacía el filo a todas. Era un verdadero don Juan, pero
algo pasó porque ahora han mandado a uno nuevo. Más viejo y callado. El otro
era un loco, en el buen sentido. Se conocía la letra de todas las canciones de
moda, se perfumaba con esas colonias caras que se venden ahora. En mis
tiempos... apenas si nos podíamos bañar para la conquista de las mujeres. Casi
le diría que allá en Sicilia, mientras más olor a macho teníamos, más nos querían
las mujeres. Éramos como los animales, cerriles y rudos, pero las hembras eran
otras. Ninguno de los dos ha dado señales de seguir viniendo... no sé qué pudo
haber pasado. Ya se me está anegando el cantero de las hortensias, lo voy a
tener que dejar. Pregunte al farmacéutico él conoce a todos por acá. – las
manos vigorosas carpen con amor los canteros mientras mira de soslayo a
Sebastián que cruza apurado la plaza. El corazón del anciano es un tropel de
cascos que golpean en el cerebro. Intuye sucesos.
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