miércoles, 17 de mayo de 2023

RESCATE INESPERADO

                        Se siente el rumor del tren que se acerca. En los recovecos entre los andenes, una muchacha sostiene un chelo, que canta entre sus piernas una melodía antigua. Está sentada sobre un cajón de frutas y parece que casi no se asienta. Me invade la tristeza de esa música y parte el tren sin mí. El coche se aleja con el brillo de las luces que me sacude un rostro, en el vagón de cola, la figura inverosímil de Leonardo. Imposible. Militante de la más acérrima izquierda... es un desaparecido allá por los setenta. La música me envuelve y me entrego al disparate del tráfago que encierra esa fosa iluminada. Olas humanas atraviesan en cada llegada y partida de vagones grises. La cabeza se arremolina cuando pienso. Siento o mejor dicho presiento que un misterio va a golpearme. Abandono la estación con pesar, esa mujer es una gran intérprete de Bach. El suelo tiembla por el peso del coche colmado de oficinistas. Dejé en el estuche de la concertista mis últimas monedas. ¿ Qué voy a comer ahora? En “Catedral”, voy a bajar, combinaré hasta seguir a “Virrey” y estaré cerca de la casa de Marité. ¡ Mujer especial, que apuntaló anónimamente, a cada uno, en esos aciagos días, sin pedir nada! Salí a la calle, aun había chorros de sol entre la arboleda castigada. La vida me sigue sonriendo a pesar de la carga de recuerdos. Camino mirando al rostro a cada transeúnte como si fueran fantasmas de aquel tiempo de sombras. Utopías que no desheredó de la juventud sin culpa. Admiro las viejas casas de barrio con zaguanes llenos de amor prohibidos antaño, sus verjas y ligustrines bien recortados por manos artesanas. ¡Qué vida provinciana se respira aun a pocas cuadras de Callao y Corrientes, donde piqueteros, desocupados y mendigos asolan con gritos y consignas copiadas de otras épocas... y ya casi no son escuchadas como mecánica para sobrevivir!

                        Miro el reloj. Son casi las diecinueve, como entonces. Fue como a las diecinueve treinta, que llegaron. Eran muchos, ¡tantos! , prefiero no recordar.  Me hierve el hígado. Sí, ya son casi las y veinte y Marité debe estar prendiendo los hornos donde tomarán dureza las maravillosas alfarerías que la han hecho famosa en el mundo. Me parece verla... grácil, su figura de larguísimo cabello rubio con rasgos nórdicos con su mirada azul enamorando las raicillas de nuestros ancestros nativos, artesanando metales con las viejas técnicas y los vidrios fundidos al calor rústico de sus hornos. Neófitos y entendidos del mundo se pelean las diferentes piezas antes y después de premios y menciones, en el mundo casi imposible de encontrarse en el mercado. No llegan a salir de sus manos y ya tienen dueño. Sus hornos... su casa fue un refugio. Ahora está sola, suele llamarme. Tomamos mate o té, a veces café, lo que hay, y hablamos largamente de todos y todo. Frente a la puerta alargo los nudillos y golpeo. Nada. Un llamador improvisado armado en un cordel con piezas rotas de cerámica y metal, dan un sonido espasmódico. Tras las persianas, sale su voz que aun conserva una dicción extraña. Y jocosamente dice que no se atrevan a interrumpir la inspiración de una artista... luego un silencio y de mi garganta sale un sordo ¡Soy yo, Gabriel! ¡Abrime!. La gruesa puerta se abre y la oscuridad del corredor me apaña. Tomo el camino equivocado y tropiezo con una enorme escultura que se bambolea con mi torpeza y a la que abrazo fuerte. Su risa contagiosa cascabelea en mi conciencia. Mi visión se aclara y la veo recortada en el final del pasillo. Allí parada con el cabello suelto con sus canas inclinando su edad a la madurez, su túnica guajira, me asume y transporta. Siento un golpe de sangre en las sienes, me dice que aun la amo, es mi ángel perdido. Me sobrepongo. Vengo por lo que creí ver en el vagón de cola.

                        Marité ... , yo no sé si me estoy volviendo loco. Acabo de ver a Leonardo en el subte. Se acerca y me abraza con ternura. No soporto más el aroma de arcilla y jazmines que me envuelve. La beso con pasión. Devuelve una a una mis caricias. Se ha creado un silencio con estallidos de trombón. ¡ Leonardo ha regresado! El muy traidor nos ha estafado con una muerte inexistente.  La voz de Marité ha recobrado el tono de siempre, parece que nunca la hubiera amado. Ya dio una conferencia de prensa en Ezeiza. ¡Era agente de la C.I.A. y el muy cretino vendió a mucha gente de ambas filas! No fue nunca nuestro amigo.

                        Suena un ajustado Frank Sinatra y la abrazo, desvistiendo su cuerpo aun joven. Responde a mi contacto. Subimos a su alcoba. Nos amamos con la intensidad del desconsuelo. Sus vidrios en el horno serán descartados... no importa, la vida es así. Abajo suena el cordel con insistencia. Ella impide que me yerga y seguimos acariciándonos las arrugas que el alma delimita en nuestro cuerpo. Miro el reloj. Me esperan. Me visto con desgano. Cuando llego a la puerta veo un sobre amarillo, arrugado y sucio. Lo abrimos. Hay dos fotos, una es Marité y la otra soy yo, las fotos  tienen más de veinte años. Caen papeles con datos de nuestras actividades. ¡ Tal vez, tal vez... Leonardo nos salvó la vida!

                       

                          

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