Aunque parece un cuento, Keira es una alumna impecable, es forzoso reconocer que sobresale del conjunto de muchachas y chicos de su edad.
Desde pequeña, su madre y su abuela le han inculcado leer, escuchar música clásica y la han llevado a conciertos, museos y pinacotecas. Eso la hizo “diferente” a sus coetáneas.
Comenzaron a hacerle toda clase de maledicencias y molestarla.
Un día en la academia de danza la invitó la profesora a ir con un grupo, de viaje a la capital. Allí actuaría por única vez una gran bailarina con su partenaire en el ballet más difícil del repertorio clásico.
Viajaron cinco y el avión estaba repleto de hombres que parecían salidos de un cuento, con ropas raras, barbudos y turbantes de colores diferentes. Hablaban poco y no miraban a nadie. Eran poco simpáticos, la chicas como toda adolescente un poco ruidosas, seguro llamaban la atención. Pero algo extraño sucedió, un desperfecto del aeroplano urgió aterrizar en un lugar no planeado.
Las llevaron en unos vehículos militares y los encerraron separadas del resto de los viajeros. ¿Dónde estaban? La noche cubrió el establecimiento y sólo se oía una especie de sirena y una luz intermitente pasaba como barriendo la pequeña ventana enrejada del lugar. Las chicas se acomodaron todas juntas, abrazadas a su profesora y en silencio. El cansancio las venció. Se durmieron a pesar de lo inseguras que se sentían.
Muy temprano un hombre extraño, las despertó y les dijo en un muy mal inglés que ya podían volver al avión y viajar a su destino. Así tomadas de la mano atravesaron la gran planicie donde estaba el vehículo en medio de la pista. Subieron y lo extraño fue que los hombres de turbante no estaban entre los pocos pasajeros que estaban sentados.
Al volar suspiraron tranquilas, pero Keira, sintió un pequeño resquemor. Algo no encajaba con ellas en ese vuelo. En un momento miró hacia atrás y vio la figura de uno de los barbudos con extraña mirada que le hacía una seña. Ella asustada, se volvió a su película que miraba en la pequeña pantalla del butacón que le correspondía. Sintió un aire frío, que salía por un agujero chiquito del techo. Se arrebujó con la manta. Al rato sintió mucho calor. ¡Algo andaba mal! Volvió el rostro hacia atrás y le pareció ver un fantasma. Era ese hombre barbudo que le hacía nuevamente señas. ¿Era transparente?
Creyó que estaba soñando y dormía. No he visto nada, me lo he imaginado o lo he soñado. Recordó algunos libros que había leído sobre aparecidos y fantasmas.
A su profesora le tocó el hombro y cuando la miró vio horrorizada que no era ella. Era una mujer diferente, con el rostro ceniciento y los ojos glaucos. ¡Estoy soñando!
La voz del piloto llamó la atención diciendo que se ataran los cinturones del asiento porque había turbulencia. El miedo la puso muy nerviosa. No podía mirar la película. Sus amigas dormían entonces… miró hacia atrás y vio que una sombra se deslizaba por el pasillo de los ayudantes y azafatas. ¿Era un fantasma?
El avión se movía con el aire que empujaba la nave, las chicas despertaron y le pidieron agua a la camarera. Un joven de turbante y barba les trajo un vaso con líquido de color ámbar. No era agua. Keira les pidió que no lo bebieran.
Cuando la nave volvió a aterrizar se enteraron que habían sido raptadas en el camino por un grupo de guerrilleros de Medio Oriente y que se habían salvado milagrosamente por ser jóvenes de un país neutral.
¡Tal vez, pensó Keira el fantasma que creyó ver le había tratado de decir esa terrible verdad! Cuando llegaron al hotel y prendieron el televisor, vieron que a todos esos hombres barbudos, con atuendos extraños e idioma incomprensible los habían matado en ese lugar donde ellas habían dormido aquella noche.
Regresaron muy apenadas, no les habían hablado ni sonreído y ese, que Keira había visto, trató de hacerle descifrar el acontecimiento que habían vivido sin imaginar.
El ballet fue maravilloso, pero el grupo nunca más quiso viajar a la gran ciudad sin su familia. Y entonces ¿Quién era esa mujer de ojos glaucos que ella creyó era su profesora? ¿Otro fantasma?
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