lunes, 1 de mayo de 2023

RAMÓN GARRIDO


 

            El despertar después de una tormenta no es grato. El hombre encogido por el chubasco, sacó una mano por una ventana que piadosa había quedado entera. No llovía. Había un sin fin de charcos y árboles caídos sobre la tierra empapada. El techo roto en ciertos lugares, parecían la garganta gigante de un ofidio. Vio enroscada una yarará en una de las cabreadas del techo. El gato, se había asilado en un rincón lejos del animal que glotón la miraba haciéndose la distraída.

            Sobre el fogón una suave luz, mitigaba la soledad. El carbón no se había mojado y un manotón de aire avivó el fuego. Puso un cacharro para calentar agua. El mate. ¿Dónde diablos quedó el mate? Sacó un viejo trabuco y le dio un tiro a la bicha. Que cayó como plomo sobre el piso de tierra. Más tarde se ocuparía.

            Salió despacio al patio o lo que él, llamaba patio. Un trozo de tierra sin las plantas que trepaban y se deslizaban como lagartijas por doquier. Ese era su rincón. A lo lejos se escuchaban algunos truenos. Era el despertar del cielo a una nueva tormenta quién sabe donde. Pensó en su canoa. ¿Se la habría llevado el río. El espinel que colgaba de un árbol, estaría aun a la orilla cambiante de ese bravo torrente marrón rojizo de agua que bajaba del norte.

            Caminó chapaleando en el cieno. La bombacha húmeda salpicada de barro le anunciaba el desastre. Sin embargo allí dada vuelta en boya estaba su canoa. Unos guacamayos ruidosos se espantaron de los árboles que estaban junto a esa parte del río. Todo era nuevo. Otra yarará se escabulló entre los enormes pastizales

            Peces muertos colgaban del espinel. Anclada la mirada en la bravura de la corriente le pareció que había un “alguien que lo veía”. ¡El mismito demonio, debe ser! Y corrió hacia el rancho. El agua ya estaba hirviendo. Encontró el mate y la bombilla entre varios trebejos. Sacó un poco de yerba y cebó con unos granos de azucar de miel de campo. Sacó una galleta, que parecía masa muerta por el agua y el frío. Armó un cigarro con la fina hoja de tabaco y miel. Encendió con un tizón y chupó con rabia.

            ¡Mierda de tormenta que se lleva la vida toda de las orillas! Sintió un rumor de cañas rotas y ramas en la parte de afuera del rancho. Espió con temor. Un chancho salvaje merodeaba. Atrás vio el brillo de las pupilas de un jaguar. Gritaron los monos que se hamacaban en la arboleda. Sacó el facón y el machete. Pero llegó tarde. Ganó el jaguar. Entre las frondas dejó el rastro de sangre caliente del puerco.

            Regresó a la tapera, eso dejó el temporal. Una tapera. Trabajó todo el día. Dejó listo cada hueco que había dejado el chubasco. Comió un poco de carne asada a la llama y se tiró en el camastro. El gato se acurrucó en su cuerpo y se quedó dormido.

            Ramón Garrido, despertó acalambrado. Otro amanecer de furia. Esta vez humana. Entró un varón con el rostro contraído de ira. Quiso pelear con él, no pudo. Cayó sobre el piso de tierra con una herida fiera en la espalda, provocada por una zarpa de bestia. Lo subió como pudo a su espalda y lo llevó a la canoa. La dio vuelta y echó el cuerpo. Salió río abajo en busca de ayuda. Cuando llegó al pequeño puerto de la aldea cercana, lo auxilió un compadre.

            Lo dejó ahí. Regresó a la casa en medio de la selva. Él, no podía abandonar su tierra. Era su heredad y su vida. Ramón Garrido era un hombre de palabra. El mundo de los pueblerinos no le iba a quitar el sueño.

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