lunes, 15 de abril de 2024

ABIGAIL

 

                                                               Soñar que estoy parada junto a las vibrantes olas del mar que azotan                                                                                                                                                            las rocas junto a la playa.

 

            ¡No podrá caminar más!; sentenció el galeno. La rodeaban varios médicos en el nosocomio. El accidente fue terrible. Abigail caminaba distraída por la acera de la avenida en plena mañana de un domingo temprano. Se detuvo unos minutos para observar una mata de flores silvestres que crecían en una grieta entre las piedras. No escuchó el sonido de los neumáticos que rayaban el pavimento.

            El coche se estrelló sobre la vereda cerca de una bocacalle arrastrando a la muchacha. Se incrustó en un árbol y tumbó varios carteles y faroles. Ella despertó en la guardia de la clínica Santa Catalina. No recordaba nada. Siguió con la mirada activa por su alrededor y descubrió a su madre y a su hermana Angélica.

            Tenía cables por todos lados. No se podía mover y tampoco hablar. Una pequeña máscara le proporcionaba oxigeno. Las horas eran eternas. Esperaba cuando salía su madre y entraba su padre. ¡Lloraba como un niño chico! Su estrella de mar, como le decía estaba allí, inmóvil y en silencio.

            Cuando ingresaban los médicos escuchaba murmullos, nada coherente. Pasaron varios días hasta que logró comprender su estado. El día que entró Emanuel, su novio, lloró. No quería que la viera en ese estado. Hinchada, morada, llena de vendas y quién sabe qué otras “bellezas” vería. Él, se acercó y cerró los ojos. Una gruesa lágrima surcó su rostro y se perdió en la barba. Igual la besó con delicadeza.

            Muy pronto llegó una enfermera que lo sacó de la habitación. ¡No puede estar acá si no es familiar directo! Sentenció. Y él, como un chico obediente la saludó con la mano y se fue caminando hacia la puerta dando la espalda, cosa que produjo un ruido sonoro. Chocó con el vidrio y soltó un ¡AY! Que resonó en los pasillos.

            Abigail, por joven y sana en su vida desde niña, comenzó a mejorar. Su apariencia fue abandonando las vendas y machucones y dejando tubos de plástico hasta poder sentarse. ¡Le dolían las piernas!

            ¡Es imposible, son dolores reflejos! No tiene sentido. Su médula está dañada justo en las vértebras dorsales. Hará toda clase de ejercicios y tratamientos y dejemos en manos de… ¡Dios! Dijo Abigail.

            Cuatro meses después partió en silla de ruedas a su casa. Allí la esperaban sus amigas y su novio con globos de colores y flores. ¡Vio por su tablet el accidente! Una familia completa incrustada en un árbol. El que manejaba se quedó dormido, venían de una boda. ¡Un agudo dolor le produjo saber la historia!

             Ya repuesta y habiendo hecho toda clase de terapias, no podía caminar. El padre ese año, a pesar de los gastos, había contratado un viaje al mar. La costa del sur de Italia era el sueño de Abigail y él, se lo iba a cumplir. Con euforia partieron en avión a Roma y de allí en un tren que los llevó hacia el sur, fue una sucesión de imágenes maravillosas para todos, pero la muchacha, en su más íntimo pensamiento estaba triste.

            En las noches cuando todos dormían ella se acercaba como podía y miraba el mar, ese con el que ella había soñado tantas veces y ahora que estaba allí, lo sentía tan lejano. El rumor de las olas que azotaban las rocas, eran una música fascinante que nunca disfrutaría como ella creyó disfrutaría con Emanuel el día que se casaran.

            Hablando de Emanuel, cuando supo que ella no caminaría jamás, consiguió una beca bien lejos y le prometió volver algún día. ¡Eso, ella sabía no sucedería nunca jamás!

 

  

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