domingo, 7 de abril de 2024

VARIAS HISTORIAS EXTREMAS

 

            Cuando Fernández se presentó, se hizo silencio. El silencio no era lo que dominaba el lugar. Haryhé Sayshe había llegado sin previo aviso. Era un joven extraño. Callado. Frío y poco expresivo. Moreno, barbudo y vestido con ropa muy rústica, había logrado una beca en nuestra facultad, por intermedio de una organización de antropología y protección del medio ambiente en la investigación de ruinas.

Sus profesores eran eruditos en Arqueología. El hallazgo de piezas antiguas que pudieran demostrar algunas ideas sobre el pasado lejano lo transformaban en humano. Teorías tan remotas que nadie tendría la posibilidad de tener una postura a favor, o en contra.

 Fernández lo presentó sin muchas vueltas. Era como mostrar un objeto prehistórico, un raro objeto de observación. Fernández, tartamudeando, habló sobre la habilidad de Haryhé Sayshe que había conquistado cada pequeño espacio de las excavaciones. La mina donde trabajaba en la vieja región del valle de un río seco en las afueras del Kapadocia. Lugar sagrado de la antigüedad. Husmeando en las dendritas entre escombros y materias multiformes y de biología dudosa, había elevado a sus maestros ciertas hipótesis dignas de develar.

            Su pasión nació en la adolescencia, jugando en un descampado encontró un yacimiento del siglo IV AC con un sinfín de objetos de cerámica, monedas y algunas armas herrumbradas por el orín de los años. Eso lo hizo descubrir un mundo increíble. El pasado. Su magia. La belleza del ayer.

Haryhé Sayshe, un hurgador a partir de cualquier sitio donde se pudiera hallar algo con historia propia. Especial. Arqueólogo cuyo mundo cambió en un instante.

Cuando llegó a la facultad, los compañeros lo miraron con curiosidad. En la televisión mostraban a hombres como él, que participaban de atentados terroristas.

Algunas alumnas, lo miraron con temor. Otras lo imaginaron  desnudo en su lecho. Así son las muchachas ahora, dijo un compañero con desparpajo, siempre piensan en abordar a los machos, porque este tiene toda la pinta del macho. ¡Si las conozco yo! ¡Tiene pinta de malo! Nadie se distraiga de lo importante, él, viene a hablar de su descubrimiento, expresó otra.

El arqueólogo se ubicó entre la inquietante algarabía de estudiantes. Miraba asombrado como se trataban varones y mujeres, ya que en su tierra eso es tabú. No podía comprender las chanzas y picardías que se hacían. Apostó a los hombres, pero notó con sorpresa el desdén a la investigación de campo, Cosa diferente eran las mujeres que dedicaban tiempo y estudio a cada materia.

Comenzó a desmenuzar el tema de cómo descubrió el lugar en su caminar por las ruinas de la ciudad del siglo III AC. El despejar con dificultad de entre los metros y metros de escombros y tierra, una casa de varias habitaciones de rocas, apiladas solidamente en forma redonda construyendo una especie de laberinto con pasadizos y aberturas para el ingreso de aire y luz.

Empezó a hablar y notó que dos alumnas estaban seriamente interesadas. Anotaban minuciosamente sus palabras, que afloraban con dificultad idiomática. A veces, le ayudaban con un término o agregaban ideas para complementar su tarea. Le gustó. Había despertado atracción sobre su estudio.

 Allí creía que había vivido el rey Lintorio de Sidón. La alfarería de las capas superiores databa de tres siglos posteriores. Pero, había encontrado artefactos y armas arcaicas, en la que el Carbono 14 indicaba rastros de épocas más remotas. El tiempo había pasado en el claustro y ya se debían retirar. El grupo comenzó a inquietarse y fue un alumno el que recordó al expositor la hora y el fin de la jornada. Salieron como siempre con bullicio y alegría.

Haryhé Sayshe, se despidió y agradeció a cada uno dándole la mano, menos a las jóvenes que no comprendían esa actitud del profesor. La charla de las mujeres se prolongó en la cafetería.

En el buffet bebían cerveza y Fernet con Cola, sin miramiento alguno. Brindaban varones y mujeres sin descaro. Cuando las muchachas vieron al estudioso, parado en la calle sin saber qué hacer, detuvieron el auto y lo invitaron a subir. Desconcertado, les agradeció pero no aceptó. Comenzó a caminar, hasta que un alumno del curso superior se detuvo y lo llevó hasta el hotel.

Pasado el período semestral, ya sabían tanto de ese yacimiento que parecían expertos. Haryhé estaba feliz. Su tesis sería presentada como un trabajo de equipo en USA, en Princeton y su popularidad entre los estudiantes había llenado todas las expectativas de la facultad. Pero algo salió mal.

A las cinco de la mañana del trece de abril desde las radios y televisión, anunciaban un atentado terrorista en las cercanías de Princeton. Haryhé Sayshe no podía ingresar en USA, su condición de musulmán devoto se lo impedía. Le habían quitado la visa y lo deportaban a su país. ¡Podía ser un terrorista camuflado!

Indignados, los estudiantes presentaron una carta documento en la embajada, juntaron firmas e iniciaron una huelga de hambre. Sólo las chicas lograron pasar nueve días en ayuno por la protesta, los varones apenas cinco. Nada se logró.

El arqueólogo regresó a su país, dejando expresa promesa de volver.  Una verdadera utopía.

Fue grande la sorpresa de los estudiantes al ver a su querido profesor en las pantallas de TV hablando mal de su estadía en esa facultad. No comprendían nada.

Los e-mails, que enviaban desde su país contradecían las expresiones publicadas. Una foto que apareció en el diario “Hemisferio Sur” mostraba a un Heryhé Sayshe barbudo por demás, con ojos hinchados y golpeado, con otro nombre. Era un terrorista confeso.

Pasó un semestre. Nadie hablaba del arqueólogo.

El asombro fue mayúsculo cuando apareció afeitado, sonriente y feliz en la facultad.

—¡Ah, el de la foto es mi hermano mellizo! Está por cumplirse con la pena de muerte dentro de unos días. ¿Saben, encontré entre las ruinas, una joya de valor incalculable? Una daga de cobre de por lo menos el siglo II AC —y continuó hablando de sus hallazgos. Inmutable, siguió con su tarea. Parecía no tener sentimientos.

Todos vieron por CNN el ahorcamiento del mellizo de su profesor. Nadie se atrevió a decir una sola palabra al respecto.

            ¿Todos los científicos serán iguales?, se preguntan en los corredores de la universidad.


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