martes, 2 de abril de 2024

EL PERRO

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                   La compra de la casa que hizo mi papá, fue una verdadera suerte, por ser muy tranquilo el barrio. Cómoda y fresca, casi nueva. Cuando llegamos nos encantó el arreglo del jardín y el frente, como así también la sencilla gente que habitaba en los alrededores. Pasó el tiempo y nuestros vecinos más cercanos, partieron a otra ciudad, por un cambio de trabajo. Nos lamentamos y los despedimos con cariño, especialmente al Carlitos, con el que yo jugaba a la pelota a diario. Le sugirió, mi mamá, que la casa quedaría muy sola sin sus cuidados. No imaginamos nunca, que al ponerla en venta, los nuevos dueños, serían tan raros.

Un buen día de verano llegó un camión con los muebles y cajones de los nuevos dueños. Éstos, eran tres personas jóvenes. Al principio creíamos que era una familia común. Con el pasar de los días comenzamos a escuchar discusiones y gritos. También insultos. El hombre que parecía ser el dueño, no debía tener más de treinta y cinco años, era rubio de gafas muy gruesas y se dedicaba a escribir en una moderna computadora todo el día. La joven mujer no dedicaba ni un minuto a las tareas domésticas. Salía, ella, muy temprano con un portafolio en un viejo auto todo chocado. La casita tenía ahora un aspecto de abandono al que no estábamos acostumbrados. Con ellos, llegó un muchacho de rostro desdibujado y raro en el trato. No hablaba nunca con nadie. Aparentemente débil mental o tal vez esquizofrénico, que completaba al grupo familiar. Él aparecía y desaparecía de las ventanas siempre fumando unos terribles cigarrillos de tabaco negro maloliente. Ninguno hablaba con nosotros ni con los otros vecinos. Un día aparecieron unas pequeñas niñas de alrededor de seis o siete años. Despeinadas, sucias, vociferando y haciendo mucho ruido. Después de varias discusiones que poblaron las noches de nuestro ex tranquilo jardín, no escuchamos más los gritos de las pequeñas. Comenzamos a escuchar, sí, el feroz ladrido de un perro, que nos despertaba a toda hora con gruñidos. El griterío de los vecinos se conjugaba con el ruido espantoso. Aparecieron otras pequeñas por un par de días más. Oíamos gritas e insultar con palabras que no puedo reproducir, pero también después de intensos gruñidos y ladridos del perro, no se volvieron a ver. Luego de discutir en casa, papá y mamá, nos prohibieron hablar del tema; sobre lo que creíamos podía estar pasando, yo, que soy muy curioso, tomé la determinación de subirme con una escalera para ver cómo era ese animal que no dejaba dormir ni descansar en las noches.

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                   Me acabo de trepar sobre la medianera. Desde las ventanas de mis vecinos se observa la cara inexpresiva de la mujer, que me mira con una extraña sonrisa, parece un diablo. En la otra ventana alcanzo a ver el fulgor de los lentes del hombre, que mira silencioso, detrás de los cortinados. En la mala posición en que me encuentro, un poco porque nunca he hecho algo así, como espiar a un vecino y otro poco porque siento temor por lo que puedo ver y por lo que papá nos dijo; me alargo y miro hacia todos lados y... ¡Qué horror¨! Me paraliza ver al terrible mastín jugando con la cabeza semidestrozada de una criatura, a la que dentellea sin piedad! El cuerpo del perro es tan deforme que parece un monstruo. Es mitad animal y mitad humano. Allí, encadenado y con sus garras retorcidas, largas zarpas y un extraño color rosado fuerte, en lugar del suave pelaje de los perros que conozco, unos ojillos saltones de tono rojizo, me observan con destellos diabólicos. Una lengua viperina, alargada como de serpiente, que se mueve relamiendo los hilillos de sangre... ¡Ningún sonido sale de mi garganta paralizada! Veo como salta golpeándose contra la pared para alcanzarme.  Siento que alguien desde abajo golpea mi escalera y me voy cayendo lentamente, empujado por una mano, que no puedo ver. El perro me está esperando con las mandíbulas llenas de sangre fresca...

 

                                      Tolón,tolón, tilín,tilín,  este cuento llegó ¿a su fin?

 

 

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