lunes, 8 de abril de 2024

UN PEQUEÑO JINETE, cuento infantil

 


         Una nube de polvo rojizo, que se arrojaban a puñados, en una lucha infantil, le impedía ver a un grupo de chicos que jugaban en la callejuela lateral de la capilla del "cura dominico" Francisco de la Pera. El griterío hizo asomarse al sacerdote y luego de intentar evitar al grupo, cayó al blando colchón de tierra, rodó por el camino entre su sotana y las cuentas del largo rosario que se rompió. Todos los chicos lo rodearon en silencio, asustados. Él, muerto de risa se levantó y luego de sacudirse les dijo: -Cunumí pícaros ¡miren lo que han hecho con el lindo rosario! Ahora tendremos que arreglarlo entre todos. Una sonrisa desdentada, por el cambio natural de sus dientecitos, llenaron de alegría el corazón del hombrote de Dios.

         Partieron a la rústica iglesia y allí, entre manitos de todos colores y deditos untados de azúcar y miel, arreglaron la sarta de cuentas de madera. De repente se escuchó el llamado de un grupo de voces femeninas: Manuel Tadeo, Juan Fermín, Justo Rufino, José Francisco, Borja, Anselmo, Yaguapitá, Ñemitýhara, Taguató, Íyeré, Catupírí ... a comer. En un instante desaparecieron corriendo hacia sus casas, el hambre común de los niños que crecen, hicieron olvidarse de decirle adiós, al cura. El más pequeño se quedó a medio camino, se dio vuelta y con un gesto amigable saludó al "padrecito". Ese niño era José Francisco de San Martín.

         La vieja nana guaraní, Juana Cristaldo y su compañera Rosa Guarú, al atardecer llevaron a los queridos chiquillos a la orilla del manso río. Mientras ellas lavaban la ropa los niños jugaban sin miedo entre las plantas que con sus silvestres verdes, armaban un paraíso pequeño pero lleno de jolgorio y fiesta!

         Doña Gregoria, la madre, quería que sus pequeños hablaran muy bien "la Castilla" pero ellos, como todo niño, aprendían más rápido el guaraní, la lengua de sus amiguitos. Así, el perro era yaguá y la casa  teyupá, también el loro que alegraba con su colorido era paracáu o ñendái y así los cunumí  o chiquilines hablaban más en la dulce lengua americana.          

         José seguía jugando con María Helena, Justo, Manuel y Juan Fermín, en las tardes misioneras y creciendo para cumplir con la tarea heroica que no sabía que le tocaría vivir cuando creciera.

         ¡Cómo lloraron todos cuando llegó la orden desde Buenos Aires que tenían que regresar a España! Así entre abrazos y lágrimas entintadas con la tierra colorada y los terribles saltos de las ruedas del viejo coche tirado por seis caballos, se fueron perdiendo los Cunumí del Sur, en la lejanía de los caminos. Se fueron desdibujando hacia el futuro.

 

         Tolón, tolón, tilín, tilín , este cuento llegó a su fin.

 

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