martes, 23 de abril de 2024

El titiritero:

 

Llegó a la escuela trasladada de una escuelita de frontera. Llegó así de pronto, con sus ojos azules, profundos y bellos, el cabello canoso y rizado. Callada, tenue y bondadosa.

Nadie se atrevía a calcular su edad. La piel quemada por los fuertes soles y vientos arrachados de la montaña, no nos permitía imaginar cuántos años había pasado allá, entre los criadores de cabras.

Cuando acariciaba a un niño, con sus manos callosas y arrugadas, parecía que regalaba pétalos de flores silvestres.

Se llamaba Justina. Su nombre hacía mérito a su bondad y dulzura, ya que siempre tenía una palabra amable y una sonrisa en los labios, para todos. Era soltera y estaba sola.

Cuando alguien no sabía realizar alguna tarea de cualquier tipo, ella calladamente se ofrecía para hacerla en su lugar.

Era "la maestra"; la madre; la amiga; pero, ¡estaba tan sola! Cuando terminaba la jornada, tomaba su portafolio y con pasos lentos salía de la escuela, sin apuro, hacia el oeste.

Vivía sola. Ahora, ¡imagino su habitación, que debía oler a espliego y colonia fresca!  Prolija, ordenada, limpia y tal como era ella, una dama a la antigua.

Un día llegó a la escuela un hombre calvo, delgadísimo, que transportaba, una  vieja y gastada valija de cartón. ¡Oh, maravilla, había llegado el "titiritero", con la magia de sus muñecos de pasta, madera y trapos coloridos!

Cuando vio a Justina, parada en el patio; rodeada por los niños que gritaban y corrían en el recreo; tembló como un muchacho joven y se quedó parado, clavado en el piso, tal si nunca fuese a despertar de ese sueño increíble.

¡Hacía más de treinta y cinco años, que buscaba a esa mujer...! Pálido y presuroso, a grandes pasos se plantó frente a ella. Mudos, ambos, se contemplaron.

Unas lágrimas suaves comenzaron a recorrer las mejillas de esa adorada mujer y del cansado "titiritero".

La escuela siempre bulliciosa, de golpe se quedó silenciosa, todos intuían un gran acontecimiento; los niños como pájaros callados, los rodearon, los miraban y esperaban ansiosos algún suceso, que creyeron estaba ahí, ante sus ojos.

Las manos avejentadas, tendidas y trémulas, apenas trataban de tocarse; pero no se atrevían, no lo hacían, para no romper el hechizo. Era un éxtasis tal, que apenas parecía que los corazones se oían al unísono.

Caminaron hasta la calle, juntos, y salieron, sin decir nada.

Todos nos quedamos callados y volvimos a nuestras tareas, con una rara sensación de sorpresa.

Al día siguiente, volvió Justina a la escuela muy alegre, feliz, pero silenciosa. Como siempre. Nadie se atrevía a preguntarle nada, sobre lo acontecido. A la hora del té ,las maestras la rodearon expectantes, ella sonrió y comenzó  a decir... -El, se llama Nicolás y fue mi primer y único novio, allá por mil novecientos cincuenta y siete, pero mi padre, que era muy severo, me prohibió verlo, me llevó muy lejos, a vivir en el campo y no lo vi más.  ¡Nunca supe la causa!- dijo mientras revolvía su té frío. -Ayer cuando lo miré, mi corazón casi se detuvo. No podía creer lo que veía! Él, también me buscó durante todos estos años, como yo lo esperaba .Dejó su carrera de profesor y se dedicó a esta vida trashumante, buscándome. ¡Nunca se casó y me encontró después que hemos sufrido mucho! -se quedó callada y respetamos su silencio.

Pasaron los días y vimos como se transformaba. Estaba alegre, cantaba. Usaba ropa clara y fresca; hasta parecía mas joven.

Llegó el otoño, y una tarde entró un policía al colegio, buscándola. El revuelo fue tal, que hizo que todas las maestras saliéramos al patio.

 

- Un accidente, un micro había atropellado al "titiritero"- habían encontrado en su vieja y destartalada valija, cartas, fotografías y sus muñecos, como mudos testigos del amor y fidelidad infinita, junto a la libreta de casamiento de Justina y Nicolás.

Justina no volvió a la escuela. Tratamos de acompañarla en su dolor y soledad pero ella se resistía.

Hace unos días, un alumno de mi grado, que es muy andariego, me dijo.-Señorita Rosalía, sabe, vi a la maestra Justina, dándole de comer a las palomas en la plaza de Godoy Cruz, toda vestida de negro, yo me acerqué a saludarla, pero no me reconoció y me preguntó si yo no había visto a Nicolás, el "titiritero" - y a todos los que pasaban les regalaba una flor.-

 

                                Tolón- Tolón; Tilín, tilín, este triste cuento llegó a su fin.

 

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