lunes, 15 de abril de 2024

LA DUEÑA DEL CORRALÓN

  

         

 

            La casa de Acevedo, era la más antigua del barrio. El Bondi pasaba por ahí, gracias a las conexiones de Francisco Acevedo. Tenía una entrada para coches y ventanales altos donde fulguraban vidrios biselados y algunas flores de colores en un centro de las ventanas. Los pisos de granito blanco y escalones de mármol de un suave tono rosado traído de Italia. Su primer dueño, el suegro de Acevedo, era un inmigrante de la zona central de la “bella Italia”.

            Cuando abrieron el negocio en el barrio, los Cannoni comenzaron a llenarse de dinero. Era un almacén de ramos generales. Vendían cualquier cosa que se pudiera vender y que la gente necesitara. Desde ropa para salir hasta materiales de construcción y eso los llevó a ser grandes ganadores.

            El viejo Cannoni, tenía un dicho: Si es para comer se vende al fiado, si es para otra cosa: ¡Nunca! Y llegaron los hijos. El Aldo, nació igualito a la madre. Era rubio de ojos claros y piel muy blanca. Luego la Gina era la misma figura y color del padre. Mal carácter y poco parlanchina. Finalmente vino al mundo Ornella. Una verdadera muñeca. La madre y toda la familia la tenían en exposición hasta que cumplió los diez años. Allí, cuando veían las miradas de los clientes, se dieron cuenta que había que guardarla bajo tres puertas con candado.

            Los anotaron en un colegio del centro. Don Remo compró un coche y todas las mañanas los llevaba y los traía al medio día. Debía estudiar el Aldo para ser “doctor”. En cualquier cosa, pero doctor. Las chicas podían ser modistas o como mucho maestras. Pero nunca pensaron lo que sucedió.

            Cuando Don Remo terminó de hacer la casa, uno de los albañiles, se enamoró de Gina. Ella también. Ya tenía quince años y una noche se escaparon. A don Remo le dio un colapso y en una semana murió. La María, su mujer vestida de negro lloraba y lloraba todo el día en su cama. Aldo se escapaba para ir al cinematógrafo, fumar y jugar al póker. Entonces la Ornella se hizo cargo del negocio. Llovían los clientes. No tanto para comprar como para flirtear con la muchacha.

            Al año se casó con Acevedo. Quien se armó no sólo de una bellísima esposa, rica y fina sino de la heredera de la casa y el negocio, ya que la hermana murió tuberculosa en un conventillo de La Boca. Dejando tres creaturas huérfanas a cargo de su hermana y su madre. Ésta nunca se sacó el luto. Francisco Acevedo, pronto se acomodó como diputado de un partido popular y lleno de vicios. Ornella al frente de la familia, se hizo una matrona digna y respetada. La gente la quería y respondía con su negocio. No tuvo hijos propios, pero crió a los de su hermana con amor y de tal manera que ellos sí, fueron y son excelentes “doctores en medicina, veterinaria y abogacía.

            A Ornella le dicen mamá y ella es feliz tan solo con verlos tan buenos y estudiosos. De Aldo se sabe que es un alcohólico perdido en boliches de mala muerte, pero se acerca cuando las deudas lo tienen contra las murallas. La buena hermana siempre lo saca de apuro ya que el apellido Cannoni para ella es importantísimo. 

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