Tengo que contarlo así...
...Realmente parecía que lo normal era lo visible y lo no visible, en ese ser tranquilo. Pero nadie advirtió lo que lentamente sucedía en su interior. Hasta que Dámaso Leiva espetó un objeto atrevido. Acepto, que resultó extremadamente estrafalario. Sólo se podía observar a través del artilugio acrisolado por manos inocentes. Tal vez por ángeles o por espectros seráficos. Su sola consistencia cuárcica, convexa por ambas caras, gelatinosa o acuosa, según se lo moviera; era el único resquicio por donde se lograba observar el lento...casi imperceptible crecimiento que ocurría a cada una de sus entrañas. Hay que aceptar, eso es verdad, que en el origen sólo ocurría en una arista inapreciable a simple vista y que había que tener una mirada diestra en la curiosa vigilancia. Vale explicar que Dámaso Leiva , como parapsíquico, podía ver con una grácil visagra, propia de su erudición.
...El primero en alcanzar un leve atisbo fue el "niño", tal vez por ser el más cercano a lo simbólico. Cerca de ser angélico e inocente. Miró durante un tiempo despoblado de relojes y de regulación mecánica. Él, incluso entrevió un tenue color bermejo que aparecía. Como era lego, no pudo determinar si la tonalidad era parte del movimiento. Se distrajo como todo ser que crece. Después vino "ella", la más joven y logró con un diálogo desahogado y atrevido. Empinándose en la hendidura encubierta, despejando un obstáculo semejante a un leve paño tejido con hilachas de sueños. Pudo ver y casi palpar ese bulto acrecentado por múltiples dilataciones grotescas de un color taheño oscuro. Ya también era maloliente y acre a la sencible nariz de la muchacha.
...Había quienes ni siquiera se atrevían a mirar, por indiferencia o miedo a ser el fundamento del fermento enfermizo. Y un día comenzó, el niño, a ver que el órgano vital era rápidamente cubierto por una urdiembre de fina malla de venas sanguinolentas y azuladas. Apretaban y apretaban con vehemencia y lo transformaban en un estilete argentado, agudo y zahiriente. Vio el color casi negro de la sangre que se aquietaba. Nada más perturbador para mirar, como la metamorfosis que propugnaba desquitarse de la luz, de la bonanza.
...Después fue la lengua que acometió en vípera y ajetreada saeta escarlata, traspasando perturbada con filosa malignidad, la serenidad de los que se tienen por inocentes. Desde adentro ya aparecían voraces abultamientos rojos. Por fuera la belleza inalterable escondía el horror del interior abominable.
...Era cansancio. Era hastío. Era un odio irreal casi. Crecía cada instante con la furia de reconocer su ingenuidad. Fastidio y agotamiento de haber sido núcleo de tanto engaño. El odio era ahora un tumor con urticantes excrecencias flamígeras.
...Un odio atroz, acurrucado en su cuerpo como una víbora venenosa. La mujer contenida en su capullo de seda y aroma de nardos y jazmines, arrojaba fuera de sí, una baba acrisolada de dolor e ira. Hasta pensó en matar. Pensó en aniquilar a su enemigo. Pero el tiempo también le jugaba una endiablada burla. Ya no tenía tiempo. Ya no valía un ápice su furia. Ya por dentro estaba muerta.
...El niño, ya no era sino un hombre y la joven era una mujer, entonces...se empinaron en el filo mismo del abismo y rompieron el ojo de cristal por donde se podía espiar el alma de su madre. Dámaso Leiva los había abandonado hacía mucho tiempo.
...Y la dejaron sola. No podían hacer nada. Su forma de amarla y de piedad, era el silencio...
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