Yo era muy delgada,
fea y tímida. Alumna mediocre, siempre traté de pasar inadvertida, aunque
secretamente esperaba ansiosa que ella reparara en mis grandes ojos
tristes. Yo creía seriamente que era la
chiquilina más fea y tonta de la escuela.
Ella, la
señorita Yolanda, joven no tan linda como dulce y buena, era mi maestra. De
figura muy delicada. Fina. Usaba su cabellera ondulada y recogida con un severo
moño negro. Su guardapolvo de tela de lino blanco almidonado estaba bordado por
sus propias manos en el cuello y el canesú. Era una damita dedicada a amarnos.
¡Qué imagen fresca! ¡ Qué estampa de serena juventud!
Mendoza
vendimial con sus calles calurosas y sofocantes empujaban a una tarea de inicio
escolar difícil. Los frondosos plátanos como toldo verde y las acequias de
piedra bola donde cantaba el agua fría, no invitaban a la tarea escolar sino a
juegos de verano. No obstante todos
tenían que cumplir con su trabajo. Yo también. El invierno hizo su entrada con
nuevos sucesos.
Mi país de entonces tenía algunos problemas. En Buenos Aires había
muerto la joven esposa de nuestro presidente y todos debíamos llorar a aquella
desdichada dama.
Recuerdo cuando llegamos a la escuela
y en el lugar donde se veneraba a
Algunas misteriosas noches en mi casa en que llegaban autos que entraban
sigilosos y de ellos bajaban personas grises, oscuras que murmuraban apenas en
las frías madrugadas. Cuando por las mañanas llegaba yo al comedor había nacido
una enorme biblioteca con imágenes sagradas, estatuas de antigua data,
vestimentas recamadas de sacerdotes, obispos y quién sabe cuántas cosas, que yo
miraba con sorpresa, curiosidad y deseo de que alguien me explicara: ¿qué era
todo eso? Papá me habló severamente: -¡
Hija , de esto, que tú ves en casa
"NADIE" debe saber "NADA"!
Debes callar lo que hay guardado en nuestro hogar.-
Por ahí, de nuestra
Nana, escuché en murmullos que era la biblioteca del Obispado como explicación
a mis dudas. Yo era feliz porque tenía un gran secreto.
La señorita Yolanda
siempre nos acariciaba y nos decía: -Niñas deben ser muy cuidadosas, sobrias y
juiciosas. Yo pensaba que me lo decía a mí, que ella conocía nuestro secreto.
Un día mamá y papá me
prohibieron que usara el brazalete negro, que era obligatorio: - ¡Tú no tienes
por qué llevar luto ya que nadie de tu familia ha muerto! No llevarás más
flores blancas para "Ella". - Yo partí hacia la escuela sin el
"famoso crespón". Cuando llegué, la señorita Yolanda me llamó aparte
y me preguntó la causa de esa conducta. Yo con mi inocencia de nueve años, le
repetí los dichos de mis padres. Ella se quedó callada y pensativa pero no me
dijo nada. En la 2º hora entró un hombre robusto de piel morena y grandes
bigotes, quien se sacó el sombrero y comenzó a observar a todas las niñas de la
clase. Clavó sus grandes ojos negros en mí y con voz de trueno me dijo: -¿Vos
cómo te llamás? Yo no me moví del pupitre temblaba como si tuviera mucho frío.
Mi señorita se interpuso, se ubicó frente a él tapándome y le dijo con voz
serena:- ¿Acaso estamos frente a la "gestapo"? Ya hemos leído y visto
el horror que significó en Alemania marcar a la gente, no permitiré que nadie
asuste a mis niñas. Por favor retírese. El hombre la miró en forma adusta y sin
hablar salió. Yo seguía temblando. A los pocos minutos apareció la directora muy alterada con otro señor y se la llevaron.
Sólo cruzamos una mirada fugaz y creo que por primera vez reparó en la tristeza
de mis ojos negros. Todas las alumnas la vimos entrar en un coche negro y
partir, parecía una paloma herida, más pequeña de lo que era. Lloré, lloramos
todas las alumnas del grado. Nos vinieron a consolar otras maestras. Al otro
día vino un joven docente para supuestamente reemplazarla. Él, me volvió a
poner en forma visible el famoso "crespón negro", sin mi
consentimiento ni el de mis padres. Yo no atiné a contarlo en mi casa. ¡Tenía
tanto miedo, que de noche rezaba de rodillas por la buena suerte de la señorita
Yoli !
Pasaron los meses y
grandes cambios de gobierno se produjeron. Un grupo de sediciosos tomó el
gobierno, yo no sabía entonces si eso era bueno o era malo. Ahora sí lo sé, pero cuando hoy a los alumnos les
hablo de "Democracia", siento que en el aula está presente la figura
menuda de aquella joven maestra que se interpuso para defender las ideas de una
familia. Mi familia.
Ella sin hacer mucho
ruido me había dado el regalo más importante de mi vida. Un ejemplo de
justicia, de respeto y de abnegación. Yo nunca podré olvidar su heroica
actitud.
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