lunes, 15 de abril de 2024

HISTORIA DE SOLEDAD

 


Con cada paso que daba, su cuerpo cansado, daba un rítmico  y suave  balanceo. Se sentó en una desvencijada playera  de madera , y comenzó  a mirar como se ponía el sol en la costa; que iba tomando ese color dorado cobrizo de las cosas muy añejadas. Cada  pequeño objeto se iba haciendo más neblinoso y de color sombreado. Amaba el atardecer.

Soltó su larguísimo cabello cano, que cayó sobre la vieja pañoleta descolorida, pero tibia y familiar, como todo lo que la rodeaba.

Se alegró de su inmensa soledad y sonrió. Hacía mucho, mucho tiempo que había comprendido que era una mujer solitaria y estaba sola. Volvió a ensoñar su pasado..., trató de alejarse  tanto como pudo en el tiempo.

Se pensó y recordó niña. ¡Tan pequeña  y tan solitaria  como ahora! ¡Se acordó cuando  miraba por las ventanas de su alcoba, allá en la ciudad, donde un misterioso mundo, ruidoso y hormigueante, de gente que se movía incesantemente en las calles le insinuaba historias!

¡Ella con sus juguetes inanimados, muñecas de porcelana, como esa enorme casa muerta!

Pensó en su madre, eternamente vestida de sedas negras, tan lejanas y tan frías; como sus  noches de invierno. Siempre la llevaba de la mano a todos lados. A casa de amigas ,tan frías como ella, donde era como otra muñeca de porcelana...¡frágil, inútil y silenciosa! No podía hablar, ni moverse  y estaba rodeada de mujeres parlanchinas que apenas la miraban cuando llegaban y luego la olvidaban, hasta que finalmente terminaba dormida en algún sillón, mientras jugaban Bridges.

¿Cuándo pudo acurrucarse en los brazos de su madre, para hablar trivialidades, para jugar, para amarse simple y sencillamente? ¡No recordaba  la ternura comprensiva de su "mamá"! Así creció, hasta que llegó el tiempo de ir al colegio; y allá, fue, a un internado para señoritas, con rígidas reglas y gente rara y extraña. Allí conoció a Sor María de las Misericordias, una amable viejecita, que le enseñó que se podía vivir con amor, y le regaló el único tesoro de su vida...un puro y dulce amor. ¡Pero las reglas, siempre las reglas, fue trasladada  y adiós a su adorada monjita! Le  quedaban una gran cantidad de cartas de esa época. Eran su refugio.

Obtuvo un importante título y salió de allí, con su tesoro...las cartas familiares de la monja, que la  llenaban  de aliento y de espiritualidad. Ella también le hizo tener esperanzas: en Dios, en la vida y en su condición de mujer. Le enseñó a disfrutar de su femineidad y a esperar el "amor".Un día supo con dolor que, lejos, "ella" había muerto y supo que de nuevo estaba sola.

Comenzó a disfrutar de la vida. Viajó por mar, por interminables rutas y caminos, donde conoció muchedumbres sin rostro y sin nombres. Gozó de museos, teatros, bienales, festivales musicales de antigua tradición, pero allí  no hacía sino tener charlas y contactos efímeros.

Llegó su cumpleaños, treinta años de soledad, y en un coctel conoció  a Mijail, un pintor bohemio, antítesis de todo lo que podía esperar o soñar como mujer.

¡Vivió un amor apasionado, loco, esclavizante y con una frustración enorme se vio envuelta en una relación demencial! Los conflictos eran cotidianos, las apasionadas veladas la llenaban de insensatas esperanzas, para caer luego en otras peleas infernales. Llegó a la realidad un día que descubrió que Mijail, había partido de París, a su patria con una joven bailarina  rusa. Gracias a Dios que comprendió que no tenía sentido seguir  a un ser tortuoso, egoísta y neurótico, que amaba a otra mujer.

Regresó con más serenidad a su casa de la costa, donde con "Totó", el cachorro de setter, daba largos paseos por la playa. Un día le había llegado un amor diferente. Leonardo, era un hombre sobrio, sin dobleces, delicado y previsible como el monótono retorno de las olas. Se casaron y vivieron una vida quieta. La seducción se producía a través de pequeños actos de amor: ...una flor sobre la almohada, un libro  abierto en un poema o una taza de café caliente, bebido en silencio frente a la chimenea. Un chocolate en el  sillón preferido o caminar tomados de la mano por la playa en los atardeceres, junto a "Totó”. Leonardo era un hombre fino, masculino, que le había dado seguridad y la hacía sentir libre, independiente y por sobretodo muy, muy amada.

Su madre había muerto ya, pero le había dejado  junto con su desconocido padre, una pequeña empresa, que le daba tiempo y respaldo económico. Jugaba golf, su deporte favorito. ¡Solía juntarse con algunos amigos de su juventud para jugar Bridges igual que su madre! Pero todo era muy tranquilo. Pasó el tiempo en donde no quisieron nacer hijos y nada hicieron al respecto. Así todo estaba bien.

Una noche, él, Leonardo, murió de un infarto, se fue tranquilo, con una dulce sonrisa en el rostro sereno. Se alejó de su vida, como había llegados volvió a quedarse sola. Se comenzó a mimetizar con su playa amada, y con el verde inquietante del mar.

Todas las tardes caminaba con el perro, que ya ciego y reumático, la seguía, por la arena húmeda  y fresca. Las gaviotas la acompañaban, gritonas, picando con urgencia  las migas de pan, que ella siempre dejaba a su paso.

Llegó a la escalera de madera, pulida por la arena y la sal de cien o mil tormentas marinas. Subió cansina y se sentó en la vieja playera. Tras la balaustrada de la terraza-balcón, vio la hamaca y quiso sentarse en ella para volver a mirar un magnífico sol poniente.

¡Sentía un cansancio viejo y amigo, un cansancio infinito! Totó, se acomodó debajo de sus piernas. Se soltó el cabello  y se arropó con la pañoleta y comenzó a mecerse suavemente, como a un niño. ¡La envolvió el silencio de mil rumores marinos! ¡Estaba sola!

Un sopor la fue envolviendo y abrazando su cuerpo, se mecía,...se mecía....se  mecí...a..., se mec...ía....

- ¡Señora Ingrid...! ¡Señora Ingrid!- la voz de la joven vecina fue un eco por varios minutos. Todos los rincones escucharon su nombre.- ¡Le traigo jazmines de mi jardín!- sintió el crujido rítmico de las maderas del piso, que con el peso de la hamaca, se movía. La creyó dormida..., la tocó suavemente y ya estaba fría, tan fría como esa mañana.

Cuando se quedó dormida, vio, que por la playa avanzaban:¡Su madre con la monjita del brazo, y atrás Mijail y Leonardo, que charlaban animadamente! ¡Comprendió que ya no dormía, pero supo, por fin, que ya nunca estaría  "sola"!

 

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