lunes, 8 de abril de 2024

CAPIANGO EL HOMBRE TIGRE


 

La noche severa escondía umbrosa los reflejos de una luna insipiente. Los bichos de la zona virgen, llenaban con sus sonidos intangibles lo que debía ser un silencio nocturno. Los caporales, habían salido de los campos para emborracharse en la taberna. Hacía poco, habían traído unas muchachas y muchachos jóvenes de una tierra lejana. Engañados, creyeron tocar el paraíso y entraron en la negra oscuridad de tratos innombrables.

Cayeron en cuenta cuando los metieron de prepo en un lupanar mugriento y negro, cerca de la costa del río. Los más jóvenes no alcanzaban la mayoría de edad, pero arrebatadas sus papeletas, no tenían como escapar de su destino. No hablaban la lengua de ese puñado de infames que los manoseaban y les obligaban absurdos juegos y otras cosas sin nombre.

La más grande Erica tenía veinte años y cuidaba como podía a las menores, Patrik, tenía diez y nueve y cuidaba de los varones. Al principio lloraban y se aferraban a sus camastros para evitar salir al gran salón del galpón que se había acondicionado como pulpería o bar o bailanta. Pero comenzaron a golpearlos y bajaron los brazos. Otras veces los dejaban de alimentar por varios días, a pan negro y agua. Única comida. Dejaron de pelear por una salida.

El dueño, era un viejo portugués que había sido buscado por media Europa por la policía. Hombre de averías. Tenía una mujer que lo apañaba. Era su madrastra. La Ursulina, parecía un pedazo deforme de grasa con brazos enormes manos pequeñitas y una cara redonda donde dos ojos saltones le daban el estricto modelo de un búho nocturno. Siempre con ropa amplia y de tela oscura. Para los profanados muchachos, era la "Bruja". Lo triste que los envolvía el silencio oprobioso de mucha gente de la aldea.

Mi papá, se había ido de casa una tarde para intentar hablar con un político que conoció en un mitin en otra ciudad. Lo atendió bien, nos contó, pero no hizo nada. Entonces habló con don Embribes, un viejo amigo que había trabajado mucho tiempo en unas oficinas de la capital. Este le prometió traer a un conocido que lo llamaban "Capiango, el hombre Tigre". Un verdadero Capo de los guardianes de la ley y de la convivencia.

¡Y llegó! Era un moreno de dos metros, cuyos brazos y piernas, parecían columnas de mármol. Se paraba y su sombra se desparramaba por la tierra como un edificio brutal. Su mirada fuerte y oscura, le daba un poder con solo incrustar los ojos en tu cuerpo o cara. La gente temblaba cuando lo veía parado en la barra del único bar del pueblo. El barrio donde estaba el lupanar se inquietó. ¿Otro mafioso más? No, este venía a poner el orden en la zona.

Esperó unos días para reconocer a los capos, a los empleados y a todos los involucrados. No pidió permiso a nadie pero un día se apersonó en la oficina de la intendencia. Allí, no le daban audiencia con quien él, quería. Se apoyó en un escritorio y de un puñetazo, saltaron papeles y objetos para todos lados y se oyó un crujido de madera quebrada. Salió el hombre buscado... ¡Oh, sorpresa! Era el dueño del lupanar.

Lo levantó por las solapas del traje, los anteojos fueron volando por el pasillo... y Capiango, como un Tigre, le dio una paliza de leyenda. 

Dicen que en horas cerraron el lugar, llevaron lejos a los pobres chicos y chicas para darles el trato que correspondía y el Intendente quedó preso de por vida. ¡Han hecho un monumento al Valiente Hombre Tigre!!!

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