sábado, 9 de mayo de 2020

EL PESCADOR




Una cárcel de espinas incrustadas en la memoria de un muchacho que tiene que pescar.
La tarde calurosa amenazada una noche plagada de estrella. Él, se sentó sobre la madera húmeda y caliente. Sacó una pipa y prendió un perfumado sabor de chocolate. Su tabaco amigo de la soledad. Miró tras sus pupilas nubladas  por la luna y suspiró cansado. Terminaba un día y el mar calmo no llenó el vientre hambreado de  su barca. Poca pesca. No había viento y el poco que rondaba su bote, no permitía que se alejaran de la costa donde seguro se apretujaban los peces.
Un olor penetrante de sal y pescado hería a los hombres silenciosos en sus bancas. El sol se escondía con esfuerzo tras la pequeña colina en occidente, dejando el cielo con un color de sangre seca. De muerte antigua. Un pescador comenzó a canturrear un triste sonido. Otro tomó un sonido de belleza inexplicable en esa rústica vida de sudor y fuerza.
El muchacho se acomodó. Cerró los ojos y dejo vagar la mente en los recuerdos. Laberintos de historias avidas que  regresaban como pájaros.
Recordó a su abuelo que le enseñó los juegos de la infancia, recordó la brava tormenta que se tragó con furia el barco de su padre.
Cerró los ojos y aspiró profundamente la sabrosa pipa. ¡Una mujer! Pensó en la muchacha de sus sueños. Era altiva la tonta, lo miraba de lejos como para que no se atreviera a buscarla. Pero siempre pasaba cerca del muelle con la pollera de color mostaza y flores rojas. Revoloteaba el cabello sobre su espalda como alas de gaviotas en danza de apareo.
Una nube comenzó a avanzar sobre el mar y se puso oscuro y sombrío. Sopló un viento enérgico que atormento el madero, tuvo que bajar las velas y remar brioso. El agua le mojaba el rostro. A lo lejos la vio con una lámpara encendida. Era ella que lo guiaba a la costa. Las olas lo tapaban. Siguió peleando. Ella lo estaba esperando, no podía fallarle.


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