miércoles, 13 de mayo de 2020

UNA HISTORIA DE TERROR


El viento azotaba las enredaderas de la terraza. Un ruido escandaloso de pájaros marinos envolvía la tarde. La lluvia fina empapaba la tierra que despedía perfume de romero y barro. Mi tristeza desplegaba harapos en las cornisas de las casas empastadas de desdichas.
Era invierno en mi corazón. Estaba sentada y junto a mi hermana en la sala. De pronto, sonó la campanilla de la puerta que daba a la calle del puerto. Acudí al insistente sonido. Abrí grande los ojos, sorprendida… allí parada, sonriente, estaban Teresa con Valentín tomados de la mano.
Cerré la celosía que detenía el suave viento del mar. Corrí el visillo de encaje que enhebró la mano rítmica de tía Virtudes, en largas tardes de ensoñación. Tapé, así, mis miedos. Las nubes, sobre la casa eran gárgolas glotonas de humedad. Se deslizaban entre las oscuras olas. Busqué con mirada atenta a Teresa, mi hermana que siempre leía, embutida en una capa de cachemira, imitando a un murciélago rosa, envuelta, suave, en sus alas tibias. En el regazo el infaltable libro de terror, absorbía el tiempo y su alegría juvenil que se iba agotando con cada uno que leía.
La busqué y allí estaba, sentada junto a la chimenea. Miré en mi interior escudriñando la memoria. ¿Cuándo comenzó esta manía en Teresa? No encontré ni el “cuándo” ni el “cómo”, pero su carácter había cambiado. Ya no era la muchacha amable y juguetona que creció en nuestro hogar.
Mis padres nunca permitieron que nos llegaran rumores de hechos desgarrantes o fatales, que nos provocaran miedos. Su infancia había sido un: “Acorralarlos con horrores, donde demonios descomunales y brujos instigadores depredaban su inocencia infantil”. Las niñeras, guardianas justicieras, de la casa paterna, relataban historias o los encerraban en los cuartos del planchado, alacenas oscuras o buhardillas polvorientas castigando sus picardías de niños.
Tal vez rememorando aquello, papá nos llevaba a la campiña. Nos permitía andar descalzos corriendo en la gramilla. Cara al sol y a la vida que nos regaba su esperanza. Así nuestra cabeza descubierta se abría a los sanos pensamientos de libertad. Mamá nos leía en las tardes, frágiles historias de amor con finales felices donde siempre “cazaban perdices”. Jamás relatos de ogros o brujas.
Entonces llegamos a la edad en que tía Virtudes nos trajo una colección completa de libros de aventuras, filibusteros, magos y fantasmas que nos permitieron atravesar siglos de historias fantásticas. Imaginábamos maravillas que hoy sabemos son irreales. Pero Teresa, había escapado en busca de un amor que nos traería mucho dolor. Si papá hubiera estado vivo, nos sentiríamos seguras, pero viendo a Valentín, con su mirada rugiente, el pensamiento nos sacó de la calma en que pasábamos los días. 
Teresa era la menor y siempre rebelde, tomó la vida en sus manos descaradamente atrevida y torpe. El tiempo daría su respuesta. Nosotros sabíamos que esa sería otra historia de terror. 























































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