miércoles, 27 de mayo de 2020

TODA VICTORIA ENTRAÑA TAMBIÉN UNA DERROTA...



 En realidad me siento cómodo en mi rutina. Como todas las mañanas despierto a la hora en que el sol encresta sobre esa enorme lampalagua perezosa se desliza hacia el océano dorándolo todo. Los viejos edificios cobran tonos desusados de la construcción novísima de cristal del Banco de Courtenay, Diamond & cia. ( verdadera obra que yo pude haber construido en otras épocas), tiene a esa hora esos ojos de vidrios oro y cobre. Me acerco con curiosidad para ver otra lampalagua laberíntica de frenéticos vehículos que discurren por la avenida.  Bajo mis balcones se desparrama un océano verde sobre la calle. ¡ Son extraños mis vecinos de la ciudad !. Nunca elevan sus cabezas para mirar y enamorarse de sus bellezas. Sigo hasta mi alcoba y me arropo de acuerdo a las costumbres del país, gente que escoge los negros, grises. Colores de antaño, de la muerte, teniendo un clima cálido y húmedo; sigo sin entenderlos. En mi anterior cargo en Toronto o en Sudáfrica no me costó tanto adaptarme a la cotidianeidad. Me acerco a la gran mesa del comedor, con esmerado moblaje principesco. Me remonta a viejas experiencias europeas. Mi joven ayudante, de frescura sin igual, silencioso, atento, culto y de una exuberante belleza física, se afana para proveerme de todo cuanto yo acostumbro a comer. En una pequeña bandeja me deja los periódicos que hojeo y me dan una leve visión de lo que acontece en este escalofriante tiempo posmoderno. Sentado sorbo un cálido y oscuro café (si en otros tiempos yo lo hubiera saboreado me...), me sorprenden los titulares y un golpe en mi viejo pecho dormido me retrotrae a lejanas experiencias. Le Monde esgrime una foto por demás locuaz: Salah ed – Din, jefe del gobierno musulmán, proclamando su Guerra Santa a todo el mundo Cristiano en la ciudad Santa de La Meca. Miro acicateado el Herald y una ostentosa frase indica que nuestro pequeño mundo se derrumba.(quien mejor que yo para reconocer la aviesa mente de los seguidores del líder fanático). Alejo, mi secretario y servidor, me observa pero reconociendo mis reacciones, me acerca el pequeño talismán que suelo usar en momentos de inquietud. Sus pálidas manos me tocan sutilmente para infundirme seguridad. No hay palabras. Dejo mi silla y me acerco a la maravilla de este tiempo buscando un e-mail.  Encuentro varios mensajes de mis antiguos consejeros juristas que se han desempeñado en las otras embajadas junto a mí. Algunos, en las tortuosas claves, que yo descifro con suma facilidad. El súbito sonido del celular me regresan, al lugar y al tiempo presente. Alejo, lo tiende. Escucho con incómoda resistencia el llamado urgente  en la representación de Estados Unidos de América.
Tengo que abandonar mi refugio. Prevenido y listo, Roldán, mi chofer, enfila por Libertador hasta el moderno edificio. Un “Mariner” nos acompaña hasta el ascensor. Allí nos espera un coronel uniformado, con cara de mal dormido, que con una agradable sonrisa nos invita a subir a la sala donde nos esperan el embajador y el asesor de asuntos exteriores e interiores.. Me sorprende ver a mister Kevin Mc. Garlinghan y a Brian Foster vestidos con total desprejuicio. Un desmañado equipo de golf en un rincón y sus ropas deportivas,  recién llegan de un largo contrapunto golfístico. Sus amplias sonrisas en los rostros tostados por el sol, sus ojos claros rodeados por intrincada red de arrugas provocadas por eternas caminatas en las canchas, no pregonan los sucesos que acontecen en este mismo momento en el mundo. Junto a mí llega e ingresa don Jaime de Castel - Roussillón, representante del rey de Bélgica, quién apenas me ve se acerca con aflicción y sabia prudencia, sólo toca mi espalda como para expresarme su total pesar. También entra Ilich Virvoskyn jefe de la representación de Rusia y detrás de él, la hierática Fuensanta Contrera y Vega, consejera de la casa española. Reunidos comenzamos a ubicarnos en la generosa mesa frente a la gran pantalla de cuarzo donde se está por proyectar el informe de las Naciones Unidas. Intempestivamente ingresa Uriel Rabioivich con pasos altivos tratando de tomar posición delante de Zair Al Kaleih y con mirada de desprecio y rencor. Como embajadores de Israel y Palestina no pueden faltar a esta cruel reunión. 'Sin embargo extrañamente por su puntualidad reconocida, falta Sir Williams Huoms. Llega tranquilo con su clásica pipa de tabaco chocolatado. Saluda ceremoniosamente y con astutos ojos sagaces observa al grupo. ¿Quién sabe qué siente ese inglés imperturbable?
            La pantalla se ilumina y la madura figura mordaz del prestigioso príncipe Abdul Faisal XI Regente de Arabia Saudita, nos mira y comienza en su impecable inglés de Heton y Oxford, el relato del latrocinio y holocausto. -" Amigos embajadores del mundo libre, que Alá, el Todopoderoso, el Magnánimo, Perfecto, nos ilumine; desde ayer al amanecer de nuestras ciudades, un sin igual suceso ha hecho zozobrar nuestra Paz. Un atentado terrorista lanzó sobre las ciudades: de El Cairo, Damasco, Bagdah, Riyadh y la muy Sagrada  Meca, unos vehículos con cierta sustancia química que ha provocado la muerte de más de veintiocho mil personas. La enfermedad que se ha presentado es semejante a la antigua enfermedad "maldita", la lepra. Con la novedad que lo que en su tiempo prosperaba lentamente en el tiempo y que hasta hace horas era curable; para nuestros científicos es imposible de frenar. Todo hasta este momento es ineficaz. Rogamos a los países amigos un apoyo incondicional. Las aguas de nuestros pozos y los ríos, lagos, diques y fuentes de vida, están altamente contaminadas. Pronto no habrá frontera para la muerte. Israel debe prepararse para esta eventualidad. Igual que Palestina, Chipre, Turquía y todos nuestros vecinos. Desde mi despacho en el palacio del antigüo Rey Omar Baudoin VIII, en Ibn -Ahmar, los bendigo en nombre de Alá el Misericordioso."
            La imagen se desdibuja y un silencio alarmante se produce entre los intelectuales.
            -¡ La política conflictiva de nuestra era nos deja perplejos - dice Fuensanta Contrera y Vega...pero no podemos resolver solos esto, (expresa entre aliviada y quejumbrosa). Yo necesito hablar con su Majestad, el Rey y sus asesores  políticos...!.
            Todas las miradas convergen en mí, al instante. Yo soy un profundo conocedor del problema islámico y tengo reputación en todo el mundo por mis afortunadas intervenciones en los perpetuos conflictos de Medio Oriente. En mi actual condición, debo aceptar conocer mejor que nadie su historia y los acontecimientos de la tortuosa vida religiosa y política de esos pueblos ininteligibles para nuestras memorias latinas y judeo-cristianas. Unánimes son, en pedirme que viaje a la sede de la U.N. en París. De paso podré pasar por mi castillo en la Champaña para reordenar algunas faenas que tengo abandonadas.
            El corto viaje hasta mi piso me llena de estupor...debo volver a la vieja región de mis principios. Tengo un extraño dolor punzante en la espalda y siento un escozor en mis piernas. Lo que me apremia es el temor a volver a vivir ciertas situaciones que me atormentan. Reconozco que he sufrido en extremo. Mi cuerpo hoy, aparentemente ágil, fuerte y viril ha tenido tiempos de decrepitud y martirio. Alejo me espera con temor y furia contenida. Me preparo un pequeño equipaje y busco mis e-mail para saber qué órdenes he recibido de mi gobierno. Apenas puedo probar unos exquisitos bocados que me ha preparado el joven chef Guilhem, cordón rojo en la gran academia de Burdeos. El magnífico "Honda" negro de la representación, me lleva por la autopista a Ezeiza. Allí, un avión de mi gobierno, espera. Abordo, me sorprende una pequeña jovencita que será mi ayudante. Generalmente no son mujeres sino mancebos, los que acompañan nuestros confortables viajes. Me ubico y la observo. Es alta, delicada y el torso flexible como una varilla de bambú, tiene un rostro de tez pálida con profundos ojos grises. Su cabello, que debe ser larguísimo y muy ondeado, escapa del riguroso schignon con pícaras mechitas rebeldes. De excitante color cobrizo con reflejos dorados. Me recuerda a otra mujer. Pero no puedo recordar su nombre ni dónde la conocí. Me sumerjo en la lectura de mis cartas. Me duermo y sueño. Voy volando con unas enormes alas de piel dúctil, suave y levemente aterciopeladas. Frente a mí un ángel, me hace señas amistosas y se asoma peligrosamente por una almena en una torre de un castillo en la Provenza. Me señala a un grupo de cabalgaduras con sus jinetes envueltos que usan armaduras de fieros metales, penachos de plumas de colores iridiscentes, que flamean en el viento y unas capas envolventes y casi mágicas. No puedo ver sus rostros. Llevan estandartes y uno de los caballeros, erguido, ampuloso, concentrado; tiene entre su guantelete una lanza con un raro unicornio. Me despierto sorprendido. Hemos arribado al aeropuerto Charles De Gaulle. París está bajo una capa de nieve y su perpetuo cielo gris me hace estremecer. Adoro el sol de la Provenza, de Burdeos y de la campiña sureña. Un vehículo del gobierno me espera y rápidamente me aleja de allí. Me traslada a una de las construcciones del actual gobierno. El “especial” chofer, agitado, es un oscuro y brillante "martiniqueño", modelo de silencio y de humildad. Me observa por el espejito retrovisor pero no se atreve a hablar. Yo no advierto su sorpresa. Algo dentro de su ancestral origen le hace ver algo en mí, que otros hombres no vislumbran. Yo le sonrío y él, desvía la mirada. (Rumorean en el interior del móvil los zumbidos elitroides de insectos invisibles a nuestros ojos dentro de la contaminación y el gélido clima de París).       
            Llegamos al Palacio Ministerial. Antiguo edificio de un verdadero palacio del Conde Chrétien Meillant que fue devuelto muy destruido por la "chusma parisina" a Napoleón Bonaparte y que éste reconstruyó basándose en viejos cuadros que pertenecieron a la corona del Zar de todas las Rusia. El Gran Guerrero  encontró y tomó a su paso descalabrada por la ofensiva moscovita ( tengo que agregar aquí que los bonapartistas antes de su derrota entraban en los "chateau" y luego de degollar a siervos y señores se apoderaban de tesoros de incalculable valor artístico, que hoy son admirados por el mundo en los museos) . Así, ese maravilloso “chateau” ahora me contempla con rotunda sorpresa.
            Me acompaña un verdadero "efebo", plástico, anguloso, soberbio como un dios griego. Los ataviados pasillos con cortinados en ricas telas adamascadas de seda pesada, los grandilocuentes cuadros de viejos señores, con sus oscuras e incontables historias de pasiones, pecados y osadías; me siguen como a un inmigrante estrafalario que invade un territorio inexpugnable. Al encontrar una puerta de roble tallada por artesanos, un suave golpecito me hace concentrar en el glorioso rostro de mi guía. Un susurro me invita a penetrar al imponente habitáculo.
            De espaldas a mí, un hombre con un traje no convencional, de perfecta  hechura de color bordó, mira por la gran ventana hacia un intangible parque ( acá también debo agregar que los viejos señores se esmeraban en construir parques maravillosos ), con una fina copa de cristal en una mano y una larga cadena de oro en la otra, jugueteando sin mirarme comienza a repetir lo escuchado en Buenos Aires, en la embajada de U.S.A., pero ya hay más de cuarenta mil muertos y como cien mil contagiados de ese mal.
            ¡Cuando se vuelve, clava en mí su mirada y observo lo que ya no creí volver a encontrar nunca más!
             Su rostro glorioso está surcado por dos enigmáticos ojos, uno azul y el otro de un tono dorado con leves reflejos rojizos, su lacio cabello oscuro cae en un mechón sobre su frente y su nariz afilada de bella nobleza, y él con tres dedos afilados recoge en un mohín personalísimo. Deja sobre el escritorio el pequeño objeto de entretenimiento con su larga cadena de oro. Se estremece y siento con horror que un dolor lacerante me doblega entre mis omóplatos como si se me clavara una fina estaca de madera de ébano. También en mi vientre enjuto, y siento un movimiento ondulante, sinuoso como si tuviera escamas de metal, me miro angustiado pero sólo veo mis pies forrados en finísimo calzado de cuero argentino. Me calmo momentáneamente. Me siento en un sillón de terciopelo blanco y observo la estancia, ya que su teléfono vibra constantemente. Cuando se desembaraza del celular, se acerca con una sonrisa deslumbrante y me da su mano con suave signo de seguridad y amistad.
            Vuelve a preguntar cómo ha resultado mi viaje de Sud América y yo le tengo que relatar todo lo acontecido en aquel lejano hemisferio. ¿Su nombre, pregunto como si no supiera lo que voy a escuchar?  Aunque una vez en una gira por las Naciones Unidas, con la gente de Angola, Guatemala, Hong Kong y Nueva Guinea, en nuestro hotel de San Francisco, en U.S.A., tropecé con un hombre de ojos de diferente color, era un cantante de Rock, llamado David Bowy,  eran penetrantes. Color celeste uno y amarillo el otro, me dejó verdaderamente confundido y lacerado el corazón al descubrir que era un hombre con una historia dolorosa, en realidad con una crónica personal digna de un ser del báratro. Me vuelvo hacia mi interlocutor. Me miró obstinadamente con un aire indagador.
            Entra el secretario, gracioso muchacho, que espía mi rostro; trae unas finísimas tazas, piezas únicas de valor incalculable como antigüedad, con un perfumado té de hierbas orientales de un color ámbar ebúrneo y sofisticado sabor. La cucharilla taraceada en plata con un grifo esmaltado en rojo hace juego con el color del traje de Yves Saint Laurent y con el ojo rojo-dorado de mi aún desconocido internuncio; tintinea en las frágiles paredes del bello recipiente. Yo permanezco esperando, porque en la íntima profundidad del alma, no deseo aceptar que he regresado a ese abisal meandro que inoportuno me hace, me obliga a revivir una lujuriosa historia. Aventuro mis nostalgias de tiempos idos y no deseo escuchar los sucesos que nos acontecen. Hay aún un dato escondido. Los teléfonos braman y quien debe tener ese importante coloquio, no puede pronunciar ese nombre que porfía entre mis dientes y mi torturada memoria. Un secretario se desplaza con papeles y me mira con intriga.¡ Señor, monsieur...Michel de Parsarden...un secretario del ministro de guerra le envía este billete con órdenes del presidente! Pase y entréguelo usted mismo. Un regordete hombrecillo rubicundo penetra en la regia oficina, me acerca un sobre. Su extravagante traje verde oscuro con su alegre camisa amarilla trae un aleteo vibrante al nostálgico corazón. ¿Puede en un nivel ministerial un técnico prestigioso llegar a tan grande desenfado en su ropa?
¡Pero es portador de nuevas abrumadoras!
              - ¡Arde Medio Oriente en llagas pustulentas y mortíferas! - expresa penosamente mi mensajero. Ya no hay frontera con nuestra vieja madre. Europa también será presa del horror. ¿Acaso el "Cuarto Caballo del Apocalipsis " está cerca de nuestros Elíseos, del Sena...?- la congoja pintada en un rostro en extremo jovial, es un reto al optimismo.
               - Mi nombre, y recién puedo darle la bienvenida como un caballero es Julien Fhilippe de Colporteur Astucieux, en realidad todos me dicen Jul..., pero ahora debemos abocarnos a lo que nos atañe.- y comenzamos a releer los papeles que cubren el buró.
            Una pegajosa desdicha sorprende mi espíritu. Es irracional. Veo entre el joven Julien y su secretario una controvertida afinidad. Yo reconozco en ellos un torbellino de pasiones controladas. No me puedo permitir ensoñaciones. ¿He vuelto a equivocarme? El mundo se desploma. Sólo atino a comprender que he estado intentando encontrar a otro hombre y creo verlo en todos aquellos que guardan algún rasgo significativo. ¡Debo estar muy trastornado o muy viejo!
            De repente un grotesco estallido hace temblar el seguro edificio y todo comienza a ulular. Las campanas de las aristocráticas iglesias repican sin un criterio musical, las alarmas modernas de incendio, de automóviles, del edificio bancario aledaño, descontroladas, suenan. Ese pandemonium se prolonga mientras nos miramos aterrados. Cae junto a nuestros pies parte del glorioso cielorraso pintado en el siglo XV..., los cuadros se desprenden de sus fuertes soportes. ¿ Acaso un atentado terrorista? Alcanzamos a salir de la oficina y como ratas asustadas. Todos los hombres y mujeres huyen por las escaleras. Julien y su secretario se abrazan en una despedida agónica. Sirenas y gritos. Un guardia de seguridad se acerca y me vocifera que ha estallado un coche bomba con una conocida bandera del grupo mesiánico integrista... corro y llego justo para ver la gran humareda que como un hongo macilento, se alza en el lugar.
            Una hermosa mujer de no más de veinte años se aferra desesperada a mi cuello. Su larga cabellera negro azulada se desparrama por doquier, sus manos finas y bien cuidadas están crispadas en mi traje. Está manchada de un tizne verdoso. Tiene sangre en la nariz y en los oídos. Llora y no puedo hablarle por el tremendo ruido que nos rodea. Su clásico vestido se ha desgarrado y sus pequeños senos blancos se ofrecen como duraznos maduros. Me aprieta y no me deja ayudarla. ¡Es indudable que las noticias de los sucesos acontecidos en los países musulmanes han hecho estragos! Ella indudablemente cree que se está muriendo. Me besa con desesperación y su boca fresca y algo amarga pide a gritos "amor", seguridad..., quién sabe si en mí no está besando a su verdadero amante. La separo con suavidad. Entiendo a esa casi adolescente...nadie puede saber como reaccionar en situaciones límites.¡Ni aún yo que he vivido tantas experiencias!
La joven se disculpa con deliciosa inconciencia y desaparece por las calles empedradas y mojadas por la nieve algo derretida.
            Un coche policial me recupera y partimos junto con Julien y su atrevido secretario, (acá tengo que aceptar que el experimentado conocedor de política exterior es un doncel con apetencias sexuales diferentes, cosa que no me toca a mí opinar). París, está deshilachada y sucia. Gente, antes indiferente, se desploma en su tranquilo mundo edificado con paz. Todo el caos camina desenfrenadamente. Llegamos al palacio de gobierno y aquí nos están esperando tanto ujieres como altos jefes y parlamentarios. Observo rostros de espanto y desdén. Me llevan hasta una sala donde me sorprende una esmirriada figura joven, vestida con las típicas ropas de las mujeres musulmanas,( la burka,el thaub y la chilaba), bajo el negro velo una abrumadora mirada de ojos negrísimos, profundos y hostiles se insertan en los míos. Eleva una mano donde gemas estridentes me ciegan, el tintineo de sus joyas despiertan el recuerdo de una dama que supo desterrar mi soledad y descubrir mi cuerpo al amor. Me señala con el índice y proclama que soy el único que puede mediar entre los terroristas, su padre, el Rey, Emires, monarcas y gobernantes democráticos. Luego se desploma en un sillón y queda como un gorrióncito desplumado.
            - ¿La princesa Azelaís se ha desmayado...? - gimotean los estúpidos desconociendo la materia maravillosa de esa mujer. Alguien la levanta y le sirve una bebida para reanimarla. Yo la observo y transito en mi memoria. ¿Cómo haré para acercar una solución al conflicto? Me desplomo en un sofá, que rezonga con mi desparpajo. Un auxiliar se me acerca con una pequeña bandeja de plata. No lo he visto antes pero su presencia me tranquiliza y en el mínimo objeto un papel doblado hay una palabra escrita en tinta negra. Lo reconozco. Me levanto y dirigiéndome a todos les reconforto diciendo:- Voy a tener en unos minutos una reunión con el jefe de la facción terrorista. Me espera en un lugar secreto. Nadie debe venir tras de mí. Ruego mucha prudencia. Adiós y suerte.
             Salgo bajo la conmovida mirada de todos los  que allí se debaten entre la ignorancia y el miedo. La calle con frío invernal me reconforta. Siento, deseos de comer algo...es imposible en estas circunstancias. ¡Hace casi veinte horas que no he probado bocado alguno! Extraño Buenos Aires, su humedad y el ruido despiadado que produce su gente increíble. Ahora ellos estarán en sus casas mirando asombrados en sus televisores lo que acontece en la admirada Europa. Sigo en el moderno automóvil que se aleja hacia Neuilly Sur Seine, por el este, para luego tomar la autopista que nos aparta de París. (Debo evitar nombrar el lugar del encuentro por razones obvias)
            Un " Château" derruido, en un paraje desdibujado por el tiempo, me recibe con una luz pegajosa y opaca. Un grupo apenas visible, me admite con dificultad. Vuelvo a sentir el dolor agudo en mi espalda y siento un espasmo agónico en mi vientre, también tiemblan mis manos. ¡Tengo miedo!... ¡No, terror!  Se me acerca un varón recubierto con una capa y un turbante que me impide verle el rostro. Parece esos viejos enemigos de los Santos Cruzados. Un estremecimiento me oprime. Una nube de libélulas se desparrama por el lugar. Él es el temido terrorista. Se acerca y una luz ilumina el rostro. ¡Es Aiol de Lusignan con Raimondín su antepasado y mi antiguo amante esposo...! En verdad ahora sí veo su ojo azul y su ojo dorado..., su cabello lacio que cae sobre sus mejillas como tapando la vergüenza de lo que está haciendo. (¡Mi amadísimo muchacho!) Han venido de otras luchas a un tiempo desconocido y enfrentan una guerra ininteligible. Aiol con el "Unicornio" y Ramoidín de Lusignan, con un estandarte con las armas de los antepasados guerrero. ¡La locura apocalíptica y mesiánica, me desconcierta ! ¡Es él, Aiol, un verdadero espectro, con el nombre de Salah ed -Din (Saladino, el enemigo del Santo Sepulcro), mi viejo adversario...! ¿El demonio?
            Un ángel penetra por un ventanal y me trae junto a varias hadas, mi antiguo "Cuerno de Óberon". Veo entrar a mi madre, el hada "Presina" que con privilegio real, me devuelve mis perdidos dones momentáneamente. ¡Es verdad que me crecen mis lindas y suaves alas, mi cola de escamas azules y plateadas...pero logro arrancarle a los dislocados fantasmas el "Unicornio " y con las palabras mágicas redimo entre inciensos y cánticos el maldito desorden creado por Aiol y su grotesco guía! La tierra, esa intrincada, blasfema y majestuosa maravilla, volverá a ser un caos de aviones, automóviles y gente común, que se ama. Quieta un instante, luego vuelo y beso los fríos labios de Aiol, que me hacen estremecer de pasión, (recuerdo  a Julien y a su secretario), más... me despido nuevamente de mi cuerpo humano y salgo volando rumbo al infinito.
             ¡Tal vez, tal vez vuelva a Buenos Aires y me siente sobre el tejado de ese magnífico edificio de la embajada, como un adorno añoso, como una gárgola de alabastro o peltre; a contemplar el río y aprenda a tararear un tango...! ¡Total he vuelto a ser inmortal!
                        ¡Ah, antes de partir...mi nombre es Melusina...!

                                                           Homenaje a Manuel Mujica Laínez y su cuento: “El Unicornio”


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