miércoles, 27 de mayo de 2020

HAY QUE MIRAR EL SOL PARA QUE LAS SOMBRAS QUEDEN ATRÁS




            No lo conocí, se lo juro. Supe por mentas que el tal Evaristo Sosa, era de armas llevar. ¡Pero, ¿quién sabe?! Tal vez sean sólo patrañas. Cuando alguien es como él, se caen encima como caranchos sobre la pieza ´e caza para sacar provecho. Si supe que fue un gran arriero y tenía una vista ´e lince para ver las pisadas de animales. Sabía por el lugar que pasaron si eran hembras o machos los animales. Apenitas veía la pisada sabía si estaban mancadas o tenían sed y hambre. Buen porteador y tropero. También dicen, que tenía una tropilla chica de yeguarizos. Que hacía un charque que los memoriosos mentan como el mejor de aquí a la frontera. Pero, claro, después de lo del Segundino, dicen que se escapó para la frontera.

                Don Ruarte me anotició hace apenitas unos meses, allá en la aguada de “Los Horcones” vide al Evaristo montao en un bayo arriando pal´sur. Pero yo no le créido, porque la difunta, su mujer, no tiene flores desde lo del Segundino. Y no es de hombres como él, dejar lápida sin oración. También me dijo don Ruarte, que una comisión de polecía se avecinó al caserío de Arroyo Dormido, preguntando por los hijos del Evaristo. Y nadies supo decirle nada, porque nadies sabe ande está. Yo me presiento que se fue para no volver.
            Hombre manso era, hasta que le robaron las tierras que eran de su difunto padre y a éste se las había dado el padre. Un general de antes, un militar de no sé qué lugar le dio las tierras porque le salvó la vida cuando iba para la frontera a subir los cerros. Era poco ducho el hombre y subió y subió y casi “espicha” por falta de aire y el viejo lo trajo a hombros montaña abajo. Y de premio, le dieron esos campitos donde vivía y tenía majadas de cabras y chivos. Además de cruzar ganado para Chile.  Sabía y le trasmitió a los hijos los saberes de curar la bichera y algunos males. La mujer cortaba las tormentas con ceniza y una cruz de sal. Era gente buena. Evaristo era hombre de palabra. ¿Sus hijos? Bueno, uno por los hijos no puede poner las manos a las brasas. El alcohol les hizo mal a los muchachos. Ahora andan por la ciudad mendigando changas. ¡ Es una pena!
            El mate pasó de la mano del gendarme a la mano callosa del “Tuerto Romero”, quien hablaba sin parar del fugitivo. En la cabina del Jeep, dos más observaban como el hombre se había puesto a la sombra y el sol le daba de lleno a los ojos del gendarme. El “Galdame”, hombre ducho en interrogatorio supo enseguida que era una estratagema. Nadie podía, enceguecido por la luz, ver su rostro cuando decía una mentira o una verdad. Les llevó horas. Esperaron que el sol se escondiera tras los montes para verlo de frente.  El Tuerto Romero, hombre de campo y de palabra jamás iba a mandar al frente a un compadre. ¡Claro que sabía dónde se había escondido Evaristo Sosa, pero él, no informaría dónde estaba. Primero se dejaba matar antes que dejar de a pie al amigo. La noche se agachó sobre la tierra y temblando por la helada salieron todos, rumbo al pueblo.
                        Cuando montó, el Tuerto, saludó tocando el ala de su sombrero negro y con el rebenque hizo una seña al rocillo y salió hacia el manantial de los Hernández, desde allí tendría unas cuatro jornadas por el monte hasta las aguadas de Miranda y allí anoticiaría a su compadre. Él, miraba para adelante, como los hombres de bien, como los hombres de palabra. Nadies  podía decir que se había desaforado con las palabras. Su poncho de vicuña, lo defendería del frío y su vista, de los leones que merodeaban la zona. Ya en pelea franca con uno había perdido un ojo. Ahora el otro era como un farol encendido que le indicaba el camino a la libertad del compadre.

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