sábado, 9 de mayo de 2020

NADELIA, EN APUROS



Nació en una familia de clase media. Padre médico, anarquista. Su madre, socióloga, culta y refinada, seguía a su “hombre” con afán irrestricto. No querían hijos. Un extraño juego del destino hizo que en unas vacaciones engendraran un ser humano. Los llenó de temor y angustia. Ellos sentían pánico de perder la libertad. Abrumados pensaron en matarla o dejarla en la puerta de cualquier edificio. No tuvieron valor, eran muy cobardes.
Celosos de su autoestima y desarrollo personal sólo pensaban en cuánto les costaría cuidar ese  con su pseudo mamá.
Sólo le faltó un padre y una madre. Ni bella ni fea, la pequeña se crió con ideas extrañas a la de sus progenitores. Se transformó en Testigo de Jehová y salió casa por casa a mostrar la palabra. Un día golpeó en una casa bellísima, enorme y lujosa. Salió un hombre envejecido por el sol que lamía cada semana en su embarcación lujosa y tras él, salió una mujer embellecida con un sinfín de operaciones de rejuvenecimiento. La miraron extrañados y casi le golpean la cara de un portazo; pero los detuvo una medalla que llevaba sobre el estricto suéter negro. ¡Nadelia! Hija.
La joven salió corriendo y tras ella la pareja que intentaba atraparla para hablar. Ganó la muchacha.
Se refugió en la pequeña casa donde su “madre” la abrazó con ternura y dijo: Unos locos gritaban que eran mis padres. Si tú  me encontraste en un basurero, Si eres mi ángel custodio. Si… ¡me amas?   

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