miércoles, 27 de mayo de 2020

LA PRESENCIA




            Desde la calle la casa se ve como cualquier casa. Eso sí, algo descuidada. Sucia tal vez, en comparación a como lucía hace… 50 años. Llegué con cinco años y me fui a vivir lejos con veintidós. Pasé momentos felices y tristes. Era mi casa. Ese rincón increíble donde acunaba sueños. Mis padres la levantaron con esmero y pasión. Era señorial como si allí habitaran seres con cierta noble ubicación social. Era otra época.       Le decíamos “la casa blanca” por su fachada tapizada de mármol “travertino” y puertas níveas. Un día comenzaron nuestras penas. Ya no había esa abundancia de mercado y heladeras llenas. Papá estaba muy enfermo. Después de varios contratiempos se fue por ese túnel dichoso que ven los agraciados. Él, era todo luz. Luchamos mucho para mantener el bienestar, pero fue en vano. Pronto la casa nos desplazó con su injusta grandiosidad. Salimos de allí y al cerrar sus puertas, dejamos infinito manojo de recuerdos. La vida continuó.
            Lejos, viviendo lejos, casi no pensaba en los buenos tiempos de la casa. Algunas noches, soñaba con sus habitaciones. Generalmente con el patio, las rosas blancas y los jazmines. Los nuevos dueños le hicieron algunos cambios. Pocos en realidad. Perduraba en el tiempo a pesar de los años que describían su carrera perenne hacia el final de la vida útil.
            Regresé después de muchos años. Un día, inopinadamente me paré frente a la ancha puerta de entrada. -¿Necesita algo, señora?- me dijo el intruso. -¡Sabe viví una vida en esta casa… y a veces la sueño!- ¿Quiere verla?- ¿Si me deja?- dígame algo que me haga saber que usted dice la verdad, que vivió acá.- ¡La escalera tiene veintiún escalones y en el baño, de azulejos negros hay una repisa de cristal negro, bien grueso, junto al espejo!- Pase. Pase. Es indudable que usted vivió aquí.
            La recorrí con alegría y pena. Esa había sido mi casa. Jugué entre los canteros a las visitas, subí escaleras siendo reina, bailé “El lago de los Cisnes” en el amplio comedor. Entonces era una niña. Era una soñadora de estos cuentos que burbujean en mi cabeza. El hombre me observaba. Y una lágrima corría indiscreta por mis ajadas mejillas. Respetuoso hacía un silencio, que abarcaba mi sentimiento.
            Cuando llegué, en la planta alta, a lo que fuera mi dormitorio, una joven mujer, se acercó y con tono ligero me preguntó: -¿Usted vivió acá? - ¡Sí!- le dije ¿Por?- el hombre la miró duramente y carraspeó. -¡Por la presencia! - ¿A qué se refiere, niña?- A una presencia que habita la casa.- ¿Una presencia? – Sí, la hemos visto todos, es como un ser de otro mundo, que entra y sale por las paredes, camina, se esconde dentro de los placares…, ¡pero no molesta!- ¿Dice que hay un fantasma? – Algo parecido. No sabemos si es hombre o mujer…- Algunas veces no se deja ver por cierto tiempo, luego regresa y se desliza sobre el piso como si fuera hecha de alas de mariposa o de pétalos de flores…, bueno la voy a asustar.- ¡No, acá viví cosas hermosas y tengo recuerdos que atraviesan mi memoria como eso, como si me visitaran entes celestiales! – Señora, no le haga caso. Lo que dice es cierto, pero no tenemos pruebas para demostrar los hechos.-
            Quise salir de allí, algo avergonzada, casi, creo, escapé. Ambos me saludaban desde la puerta con sus manos en alto y me dije: ¿Y si las presencias son ellos? ¿Y si en realidad estuve con unos fantasmas que me han hecho creer que son seres vivos? Un mar de dudas me obligaron a mirar con mayor detenimiento la casa. Y noté que las ventanas estaban cerradas y había mucho polvo en la vereda y en los diferentes espacios que daban a la calle. No había luces encendidas. Me propuse volver de día. Cuando volteé antes de cruzar la calle, descubrí que tenía un cartel que decía: “Se Vende desocupada”.

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