miércoles, 27 de mayo de 2020

CARTAS



            La nevisca golpeteaba el vidrio de la ventana. Un vapor fantasmal enredaba la habitación que se calentaba apenas con la leña que crepitaba en la chimenea. Ese invierno asomaba como un mago helado, traía escalofrío a la región de los lagos. Desde un tiempo atrás, no había pájaros en el jardín. Un solo pájaro había anidado en primavera entre las enredaderas y se quedó como hijo irredento del verano.
            Uma, como Terpsícore, danzaba en el rectángulo tibio de la alfombra turca. La música la tenía atrapada con el embrujo nutricio de la dulce melodía. Canturreaba en cada arabesco y descalza, parecía una garza desplumada, sólo cubierta por el camisón de franela blanca y el cabello cayendo como cascada de fuego sobre su espalda.
            El gato se lamía la mano, cuando metía en el platillo de la taza de té que ya frío, descansaba en la mesilla. El jarrón desprendía lentamente pétalos de unas rosas que agonizaban desde el domingo antes de pascuas. Uma, un rato lloraba, un rato reía, un rato cantaba. Enajenada del resto de la familia. Estaba esperando. Su corazón palpitaba con un fuego inocente y tibio por el recuerdo de su enamorado.
            De la escalera una sombra amable le hizo trizas el hechizo. Su padre, con silenciosos pasos, se acercó a ver qué hacía su quinceañera. Carraspera y tos forzada. El gato saltó y se acercó al amo, sobando su pelaje gris plata en las piernas del hombre.
            Uma, hija, cuánto tiempo has pasado bailando. Deja ya esas tonterías y vete a vestir que baja tu madre a desayunar y no le gusta verte vestida o mejor dicho, desvestida como estás.
            Ambos subieron a sus dormitorios y regresaron con ropas de calle. El padre con traje de franela gris oscuro, Uma con un vestido de lanilla verde oscuro con vivos rojos, en la mano su capa de tela escocesa verde, roja y amarillo, como sus ancestros usaban en la vieja escocia.
            En la mesa, ya descansaban las tasas y el té humeante, panecillos de jengibre y tostadas con huevos, jalea de manzanas y miel. Llegó su madre y su hermano Willy. Se sentaron con cariño y comenzaron la ceremonia matinal conversando de novedades simples y graciosas.
            Había cesado de nevar y el viejo automóvil rezongaba para entrar en movimiento. Cada uno a sus tareas habituales: Uma al colegio, Willy al instituto y su padre al banco. La madre quedaba hasta entrada la mañana y luego salía a hacer compras o visitar algún pariente enfermo. Otras veces se la veía por la iglesia ayudando a empaquetar ropa para los menos dotados por la suerte.
            Al regresar a la casa, el olor a carne asada al horno, a papas campesinas y sopa, llenaba los pulmones de alegría y suspiros al estómago. Cada uno se cambiaba con ropas ligeras y corrían a sentarse a la mesa. Clarisa, la cocinera y mucama, había preparado un postre riquísimo y todos la festejaron sin pudor.
            El gato aprovechó a ronronear sobándose entre las piernas de Willy y Uma alternativamente. Charlaban todos juntos entre sí, en un momento, entró Clarisa con un sobre que había llegado esa mañana. ¡Una carta! Era muy raro ya que nadie esperaba correo. El sello era de un país extraño a todos. Marruecos. ¿A quién conocían en ese lejano país? Despertó la curiosidad de la familia. Mas, debían finalizar el almuerzo, según sus costumbres para sentarse en el escritorio y ver dicha carta.
            Willy, pensó que era para él, de un ex compañero de su instituto que había partido hacía cierto tiempo y no había dejado dirección. La madre pensó en una prima lejana y andariega que recordaba le gustaban esas aventuras. El padre, pensó en un compañero del ejército y Uma, no imaginó quién podía mandar una carta de tan lejos.
            ¡Y venía a su nombre! Y cuando llegó el momento de abrir el sobre, cuatro cabezas se agruparon sobre el papel. El gato saltó y se acomodó en su regazo. Era el primero en oler ese sobre escrito con letra apretada y nerviosa.
            La carta decía así: “Querida Uma, el día de tu cumpleaños, mi primo Geremy, me llevó sin invitación a tu casa. Cuando te ví, quedé sombrado Portu belleza, tu frescura y tu alegría. Estoy lejos, lo sé, pero necesito decirte que quiero ser tu amigo y saber mucho más de tu vida, tus sueños y todo lo que guarda el corazón. En este hermoso país, me siento un naufrago en una isla desierta. Las costumbres acá son tan diferentes a las nuestras, que hay días que tomaría el primer avión y regresaría a mi antigua casa. Mis padres la vendieron y me han traído aquí, por trabajo. Yo sigo estudiando y aprendo el árabe, pero es tan difícil, que creo que nunca lograré hablarlo de corrido. Uma, no te enojes con mi primo, él, me dio tu dirección de correo y espero no rechaces mi petición: ¡Sé mi amiga! Con esperanza, Ronaldo Pell.

            Todos quedaron en silencio. La miraban como a un aparecido en medio de una noche de tormenta. Ella sorprendida, los miró y dijo: Seré su amiga, yo reconozco que cuando lo conocí me pareció el muchacho más apuesto que pude conocer.
            Willy, se enojó. ¿Quién se cree este idiota, que mi hermana es una tonta? Lo voy a matar a Geremy, el muy…muy y ya a punto de decir un insulto, el padre dijo: Bueno está tan lejos, ¿qué puede pasar? La madre se quedó mirando asombrada a su marido, siempre tan osco y desconfiado. Fue un “ haz lo que quieras” y salió de la sala sin apuro.
            Cuando Uma desapareció, encontraron cientos de cartas y descubrieron que se había ido con su amor a Marruecos. Ronaldo Pell, se la había robado.

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