Laurencio
quedó aterido en el áspero piso de la celda. Los ojos cubiertos por un trapo
roñoso. El olor penetrante a gasoil, no impedía que lo marearan otros perfumes:
orines antiguos y mierda. Su ropa era un guiñapo de fibras mezcladas con sangre
y vómito. ¡Su vómito, producto de los golpes y el miedo!
Escuchó el
deslizar de un cerrojo que carraspeaba de espanto. Entró un personaje anónimo.
Hasta el momento no había hablado con nadie. Éste, habló.
-¿Laurencio
Sottille? No podía pronunciar un sí. Su mandíbula temblaba y realizó un
esfuerzo para asentir con la cabeza.
Apenas
audible su voz, suplicó saber dónde y porqué estaba allí.
-tu padre
tiene lo que nosotros queremos. Mucha guita.-
Sintió un
frío letal apoyado en un trozo de piel helada. Tiritaba. La humedad oscura de
la mazmorra, indicaba que sería su tumba.
-hemos
pedido una cantidad justa por tu puta vida, pendejo.
Llorando en
silencio y forcejeando con unas ligaduras de plástico que le oprimían las
muñecas y los pies. Le había robado el “Rolex” y las zapatillas italianas. ¿Su
padre… tan ocupado en los negocios lo ayudaría? Pensó en su madre. Estaría
desesperada. Su nana también, su noviecita ayer les había mencionado a unos
amigos que conoció en un “Boliche” de moda. ¿No habrá hablado demasiado?
El tipo
salió. Se oyó una discusión y unos gritos. De pronto se abrió la puerta y una
cachetada de “Chanel Nº 5, le revolvió el estómago. Logró, con dificultad y
mucha pericia arrancarse lo que le impedía ver. Allí, parada estaba la
secretaria de su padre. Comprendió que era la amante del viejo. Supo que ya no
tenía chance de seguir vivo.
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