miércoles, 20 de mayo de 2020

UN ENCUENTRO CASUAL





            La vida tiene momentos confusos y otros inolvidables. Ni hablar de mi vida que está llena de suspenso y misterio. Mi infancia fue un pasar de la realidad de mi casa en pleno centro de la ciudad entre el estrépito del tránsito y los largos veraneos en la estancia del Tío Cipriano en Ascochinga. Todos esperábamos el verano para salir de la canícula infernal para llegar a sentarnos debajo de los enormes robles cerca del río.
            Ya había rendido mis exámenes de ingreso al colegio secundario cuando papá dejó bien claro que después de navidad, ese año, iríamos nuevamente al campo. Los preparativos nunca eran suficientes. Mamá y María, siempre corrían hasta último momento con algo que se quedaba olvidado. María era nuestra nana y desde que nací estaba en casa. Era parte de la familia y la amábamos los cinco. Mi hermano Julián y Héctor, estaban en la edad del “pavo” según decía papá, pero ellos eran los que estaban autorizados  a acompañarnos al río en las tardes para bañarnos en las cristalinas aguas.
            Aprovechaban para hacernos mil travesuras. Yo trataba de esquivar en especial a Héctor que era el que se mofaba de mi fealdad. Sufría enormemente por mis piernas de alambre y mis ojos saltones. Ni hablar de mi nariz que parecía un asa de tetera, como decía Héctor. Era algo tímida pero en la estancia me dejaba seducir porque era libre. Me compraban mandándome pequeños ramilletes de flores silvestres y yo les tendía todos los días la cama, lavaba las medias y los reemplazaba en los menudos quehaceres que les correspondía hacer a cada uno.
            Una noche que no podía dormir, me deslicé por la escalera del frente y bajando al parque me senté a mirar las estrellas en un desgajado sillón que habían construido debajo de los robles. Generalmente allí se sentaban en las tardes a tomar mate y a recordar anécdotas de los abuelos y mayores de la familia, mi mamá y el resto de los adultos. Era cálido y bello. Miré el cielo y un millón de estrellas me guiñaban sus párpados juveniles. De pronto sentí un murmullo. En realidad me llamaban por mi nombre. Imaginé que eran Julián y Héctor que hacían algo para asustarme y ni me inmuté. Caty y Loli, dormían. Son tan pequeñas aún que se duermen apenas mamá les da la bendición después del postre.
            Como les contaba, me puse indiferente y comencé a contar las estrellas más cercanas. Otra vez mi nombre... Chiche... bueno me llamo Marina, pero todos me dicen Chiche. Era sin duda alguien que me conocía mucho, pero la voz no era conocida. Era aguda y aflautada. Miré con curiosidad y ¡OH! sorpresa junto al tronco y casi debajo de la mesilla de piedra, estaba el “zorrinillo” de la t: v., ese que vive enamorado de una gata. Lo sorprendente era que no apestaba con su olor nauseabundo. Me incliné para verlo mejor, y me habló:
-                     Oye Chiche, ¿qué estás haciendo aquí? – dijo mientras se acomodaba su hermosa cola peluda- Creo que ya nos conocemos de tu casa en la ciudad.
-                     Bueno es bastante raro que vos me hables y me digas que me conoces, yo te  veo todos los días al regresar de la escuela y me haces morir de risa. ¡Sí que eres enamoradizo! Además convengamos que...
-                     Que no me ha ido bien últimamente con el amor ¿verdad?- me dijo sin ofuscarse.
-                     Creo que debes ser más cuidadoso y fijarte bien a quién buscas para amar. Y recordar que eres un zorrillo y debes encontrar a alguien como vos para enamorarte
-                     Ay, ya verás... pronto te va a entrar la edad del amor y te veo queriendo que un chico con aparato de ortodoncia o lleno de acné te diga que te ama. ¡Ja, ja ¡ y vos lo verás hermoso.
-                     Cállate si serás tonto ya me gusta uno de mi clase de Inglés. Se llama...
-                     “Chiquito”, si yo lo requete conozco, siempre está frente al tele cuando yo aparezco a las cuatro de la tarde. Y te aviso él, suspira por vos.
-                     Vamos, si soy tan fea que no creo que me mire jamás.
-                     No señorita. Error. Tiene una foto tuya debajo de la almohada. La sacaron el día que les tomaron la poesía “El campo” y que de paso la dijiste bárbaro.
-                     De veras que sabes todo. ¿Y cómo es que siempre estás enamorándote de una gata? Deberías demostrar tu inteligencia en amar a una zorrillita como vos.
-                     Así, continua mi historieta, tonta, si me caso con una igual no sigue la tira. Pero allí viene tu mamá y te van a retar, no le cuentes que te dije todo eso de tu futuro amigovio, él, será una parte preciosa de tu vida.
-                     Adiós amigo. Vuelve cuando quieras. Te estaré esperando.
-                     Vendré siempre que vuelvas a Ascochinga y te veré grande y casada y feliz.
-                     Gracias, chau. Te veré en casa. ¡Hola mami! Ya me iba a la cama. Tuve un momento  ganas de venir a charlar con las estrellas, no tenía sueño.  Subo a la habitación con vos. ¿Mami, cuándo te enamoraste por primera vez? – y seguimos            abrazadas hasta que ya en el dormitorio y después de besarme en la frente me dijo:
 -¡Yo tenía trece años como vos y se llamaba Pedro, era tan feo... y yo lo veía tan lindo! ¡Hace poco tiempo lo encontré en el banco y realmente me dije ¿ Cómo pude estar enamorada de ese chico? Pero a tu edad todo puede ser posible. Hasta mañana y sueña bonito.
-Hasta mañana mami, hoy ya he soñado muy bonito.
Han pasado nueve años y me estoy por casar mañana, he quitado la foto del zorrillo abrazando loco de amor a una gata con la cola pintada, y la llevo a mi nuevo hogar para que me recuerde aquella noche premonitoria. Todo ocurrió como él, el zorrillo me dijo, aunque nunca lo volví a ver. Debe haber sido tan sólo un sueño de mi infancia. ¿Ustedes qué creen?
-                      
                       

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