La tierra ha perdido conmigo, un puñado de arcilla,
porque la ceniza de mi memoria se mezclará en el alba con la tempestad del
olvido. Mi cuerpo será polvo mezclado con las flores.
Cuando no ando en las nubes
ando como perdida y el hada de mis sueños juega con mi sombra entre los árboles
quietos. Y el ángel de mi nombre bailotea conmigo.
Hoy no me hables, quiero
estar contigo. Tu presencia se escapa
entre celajes de silencio y un misterioso nombre hace eco en la tarde y no encuentro
tus ojos para besar tus parpados de terciopelo y nácar.
Cuando me llaman mía no soy
de nadie. Tengo alas de humo que cortan cadenas invisibles, echo a volar
inquieta a la profundidad de mi corazón
sediento de perfume. Libre como un
pequeño pompón de seda.
La cumbre de mis sentidos, son
como alfombras mágicas, vuelan y vuelan por espacios celestes. Cuando comienza
mi día siento nacer nuevamente y al pasar el día, con sus horas inclinando su
manto de olvidos. No recuerdo sino lo viejo, lo que pasé cuando era niña. Me
miro al espejo y desconozco esa mujer que está allí frente a mí, con canas y
arrugas en el rostro.
Me busco en la frente, con
un pensamiento de ayer, de cuando vino mi hijo y me trajo sus besos y un
chocolate que endulzó el tiempo, ese que se escapa en mi recuerdo y vuelvo a
ser la niña que creía en los cuentos que me relataba mi hermana, esa que se fue
una tarde y llegó en triste con las cuencas vacías. Y arrecia el misterio del
ahora. ¿Acaso soy una figura de escaparate cerrado, abandonado a su suerte? Sin
caminar en las huellas del camino, de los senderos tachonados de piedras y
azucenas, de los cielos que se escapan con nubes ambarinas del sol del poniente
entre los picos de nuestra cordillera. Donde estoy ahora. ¿Qué es esta mansión
de aullidos que nadie escucha y yo oigo con frenético dolor de auroras
insomnes, de lechos húmedos y orines insalubres?
Igual, una mano me peina el
diminuto silencio, me baña con tibieza de algodones floridos, me alimenta con
pequeños guiñapos de pastas saludables, y el odio que chorrea de la garganta
seca de mi sabor a niebla. Así, vuelvo a ingresar a mi nada. Los recuerdos me
siguen jugando en las cornisas. Bailotean los pañuelos dorados de adioses de
cuentos, y otros, los negros que escondo en las grietas de mis viejas heridas.
¿Dónde están mis peonías,
mis bellos tulipanes, mi padre y mis amigas? ¿En que estrecho colmenar se han
quedado dormidas? Recuerdo mi niñez. El
patio de la escuela donde nunca fui elegida a izar la bandera. Mis dibujos, mi
canto de “Aurora” en la mañana. ¡No recuerdo el rostro de mis hijos! Las fechas
de las bodas. Ni a sus hijos.
Soy un ave que vuela sobre
un manto de escombros. Una casa vacía, un jardín sin rosales, un pájaro sin
canto que despierte en el alba. Mis manos son dos garras de uñas afiladas que
arrancan la piel de los recuerdos. Tengo algunas visiones. Escucho voces. A
veces pido, quiero oír a Haendel o a Beethoven. Ya no puedo tejer, ni enhebrar
los hilos de colores y pierdo la esperanza de dejar la belleza en un costado de
mi frente.
Las veo rodear mi soledad y
me acompañan. Son ajenas a mí, son peregrinas que quieren hacerme volver en la
memoria. ¿Te acuerdas de nosotras, abuela? Y las miro, sonrisa desdentada que
duele por inerte. No las reconozco. Son vestales, cariátides de mármol; son
personas amables que me traen dulces y nostalgias de otra gente. Abro los ojos
grandes para verlas mejor. Soy la loba que agranda su garganta para engullir la
prole en la nieve de mi noche. La oscuridad me desalienta. Las invito a jugar a
la rayuela o a la casa de muñecas que guardo en mi axila izquierda. Se ríen con
mi fábula de Esopo repetida en latín y luego se van con sus pañuelos al aire.
Con sus manos llenas de no me olvides. ¡Tiene Alzheimer, dicen! Y empiezo a
revolver mi corazón de carne que mana una sangre clara sin el color del amor,
ni del destino para la caridad de antaño. Sólo veo rostros que me acunan en sus
sonrisas de madres sustitutas. Soy ajena a la suerte de quienes buscan
quererme, sin respuestas de mi infancia perpetua.
Me canso, me encojo en el
sillón de terciopelo que trajo un hermoso muchacho, que dijo ser mi nieto. ¡Qué
lindo, que maravilla la suavidad del verde terciopelo! Me duermo. Tal vez,
luego despierte y divague como siempre por las habitaciones de la casa
abandonada en mí sueño. Me duermo. Sueño. Duermo. Muero.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario