jueves, 3 de diciembre de 2020

EL INTELECTUAL Y EL ARTISTA


¿Fue así? Lo veo con mis propios ojos. Es indescriptible. ¿Pero no era el que llegó con no sé cuántas maestrías, tanto que enseguida lo nombraron jefe de una ONG?

¡Sí, bueno, era él, pero se le cruzó esa porquería! ¿Qué podía hacer?, te preguntarás. ¡Nada!, te contesto. Hablaba como siete idiomas y era muy inteligente, pero ahora hay que verlo. Está tirado en plena calle, aún usa camisa de puño con botones de nácar, el traje es un trapo sucio, y le han robado los zapatos. ¡Parece mentira que un tipo así llegue a eso! Nadie hace nada. Te diré que al contrario, cuando comienza a retorcerse en el piso en donde está tirado, y a gritar, esgrimiendo una mano como para pelear, los transeúntes escapan. Se hacen a un lado, lo evitan. Y no te cuento las mujeres. Arrastran a los niños, distrayéndolos para que no vean ese cuadro. Incluso la policía se le acerca sólo para ver si no ha sufrido algún ataque. No lo tocan, ni se lo llevan, ni siquiera evitan que siga gritando como un energúmeno.

            Ayer, volví a pasar, vos sabés que trabajo en el museo casi a dos cuadras. Bueno, lo hago gracias a la beca que me dieron en el dos mil cuatro. Vociferaba que era hijo de un ministro y la gente lo miraba extrañada, pero dejó de babearse y me vio. Me dio la sensación de que sabía que era yo, se dio vuelta y se quedó en posición fetal. Tenía la espalda sucia y con sangre.

            ¿Creerás que está herido? No sé, pero me urge llamar a los padres y pedir que vengan a buscarlo. ¿Ellos sabrán que está así? Me duele el hecho de verlo y no poder hacer nada. Pensar que todo  empezó por una apuesta de quién era capaz de trabajar más horas sin dormir.

Alguien le acercó droga mezclada con vodka y él ganó. Ganó el juego. Cinco días sin dormir haciendo lo que hubiera hecho en varias semanas. Perdió. Perdió la vida. Se hizo adicto y alcohólico y ahora está loco. El cerebro debe estar vacío, licuado. No es un mendigo, es el producto de una sociedad enferma, desquiciada, sin horizonte.

Todos estaban enamorados de su alegría, inteligencia, su glamour. Le tengo pena, pero trató de matarme para que le diera unos euros para comprar droga y vino. El miedo me alejó y escapé de su manía y demencia. Tiene veintiocho años y parece de setenta, o más. Si lo vieran los padres así, creo morirían. O no, tal vez saben y no quieren acercarse como hacen los demás. Me incluyo. He visto que vienen de Notre Dame unos voluntarios. Les traen algo de comida y cuando llueve los tapan con plásticos. No me pidas que vaya a buscarlo y lo interne. No es mi tarea, ni siquiera siento pena. Tal vez sí. Pero nadie puede hacer nada.

¿Vos, te animás? Si me das una mano vamos y lo sacamos de allí y lo llevamos a un centro de rehabilitación, después de todo es tu pareja, vivió con vos hasta hace un año y medio. Te dio una buena vida, sin privaciones. Hasta te dejó el departamento y el auto. No querés saber nada. ¡Y bueno, cada uno cargará con su culpa! Me voy. Hasta otra vez que nos crucemos, cuando quieras, trabajo en el museo como ayudante de un restaurador italiano. Si preguntás por mi, me conocen por “El argentino”. La beca termina en dos años, estoy pensando en volver, pero acá estoy bien. Chau.

 

            El joven sigue su rumbo y se sorprende al comprender que ya ni siquiera él tiene solidaridad para con un compañero de colegio. Camina solitario y, a poco de andar, ve una ambulancia que retira el cadáver de otro adicto. ¿Cómo vivirá con su conciencia?   


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