martes, 15 de diciembre de 2020

¿DÓNDE ESTÁ EL PARAÍSO?

 

“Si de veras esperas ver el Cielo, muéstrame qué haces para que la Tierra se parezca menos al Infierno”

                                                                                                              Pensamiento Anónimo.

 

Suraya camina descalza por la medina, parece ebria. El dolor le destroza cada jirón de piel. Sus ojos negros parecen tizones de carbón en pleno ardor. El calor aprieta y el fuego sube por sus cuerpo como manos de acero entintas de sangre y ascuas.

Nunca creyó que su hijo estaría en ese lugar a esa hora. Falta agua en la fuente que despierta sed de venganza por lo ocurrido esa noche. Manos anónimas envenenó cada manantial y ojo desde donde la gente se proveía desde el principio de los tiempos del necesario líquido de vida.

¿Cómo pasó algo semejante y nadie advirtió el horror? Primero fue el cierre de las madrasas, luego los santuarios sagrados, finalmente el templo voló por los aires como una bandada de palomas heridas. Anoche, envenenaron el agua.

Nihad, había salido a vender sus dulces de higos con nuez y no volvió. Cuando fue a buscarlo, le mostraron al muchacho ennegrecido por la toxina que usaron; una espuma blanquecina despejaba su rostro oscuro desde la boca que apretada parecía un hueco muerto.

¿Adónde estarían los que hicieron este hecho? ¿Quiénes son? ¡Todos los presentes se apretaban, junto al niño, mirándolo con pena! Cuando Suraya, llegó se hizo un abanico de espera. Se abrió una brecha, un resquicio de horror les oprimía el pecho a los presentes. A su lado, una mano generosa oprimió la suya, era un puente al consuelo.

Esa mañana el cielo se oscureció con una tormenta de arena que venía enroscada en el fuego del sol del desierto. Las aves escapaban desesperadas hacia el confín del pueblo. La mayoría se escondió tras las pobres puertas de las casa de barro. Sin agua, nadie puede sobrevivir en ese lugar. Manos los que sacaban agua de las fuentes en las medinas y en los sitios públicos cerca de lo que fuera el Templo.

¿Entre el polvo hirviente atrevía su paso un vehículo que apretujaba hombres cubiertos de negro. Armas al aire tratando de despejar el sitio en que yacía Nihad. Pero su perro, su amable amigo comenzó a ladrar con furia y a saltar contra el grupo aguerrido. Una bala y cayó junto al muchacho ensangrentando el suelo. Ya no ladraba, gemía como sólo gimen los que aman. Se hizo un enorme silencio y Suraya se volvió lentamente y plantó su cuerpo breve ante los que hasta hacía un minuto gritaban en jauría rabiosa.

Puso el pecho, el rostro que descubrió para que vieran que los que tienen un hijo, saben defender incluso ya muerto al venerado ser. Ellos, no pudieron cambiar su infierno y tiraron; todos juntos sobre la piel mojada por la sangre del niño en la carne abierta de la madre. Un grito lujurioso, trastornó el ruido de las pocas puertas que se cerraban tras los perdidos padres y madres del poblado.

¿Dónde está el Paraíso? ¿Dónde el infierno? Allí sobre las piedras gastadas de la medina, junto a la fuente, madre e hijo se tocaban apenas con los dedos sangrantes. Y un perro se arrastraba para lamer la cara de Suraya y Nihad.

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