Nadie que no viviera ese delirio podía comprenderlo. Nació marcado. Una sombra maldijo su hora y su planeta que se crispaba en el horóscopo. Marte en pleno movimiento del cuadrante y un curioso encuentro de planetas incrustaban su signo. Lo abandonaron apenas dio el primer grito. Lo encontró un alcohólico que no entendió qué era eso que se movía en la bolsa brutal de la basura. Lo amamantó una perra.¿O era una mujer? ¡Quien sabe! Pronto fue abandonado en un puente cualquiera.
La furia acompañó su infancia insatisfecha. Su odio se instaló como un parásito en el pecho. Creció. Fue conformando una extraña personalidad biliosa. Ácido. Amargo y ruin, decían los que lo cuidaban. Es un demonio. Es malo.
Al cumplir quince años escapó de la “casa”, albergue indescriptible. No conocía a nadie. Aprendió a robar, ya sabía mentir. Lo agredieron otros, que como él, pertenecían al mundo esquizofrénico de los olvidados de Dios o de los hombres.
Un día vio una mujer sentada en una plaza. La observó inquieto. Apenas, el hambre, le permitía detener sus sentidos en algo o en alguien. También el pegamento hacía de las suyas en su mente perdida. Vio la cartera al lado de las piernas quietas. Jugaba con las palomas de la plaza, ella, con migajas de pan. Tenía un raro sombrero con flores marchitas y guantes de gamuza verde. Le robo, pensó él. Candidata perfecta.
La mujer lo miró cuando se acercaba. Unos enormes ojos tristes le desplazaron el ánimo. ¡Vieja de mierda! No me mire y déme todo lo que tiene. Le arrancó la cartera. Nada tenía ella. La cartera, sólo tenía papeles de colores, un peine de plástico sin dientes y un espejo roto. Ella sonreía con sus pequeños labios pintados de carmín. Le alcanzó migajas y lo invitó a sentarse. Loca. Re loca. Si me siento pierdo. Se sentó a su lado y la mano enguantada, trémula acarició el rostro del muchacho. Un látigo fue el rostro al evitar la caricia que nunca había recibido. El largo cabello sucio chicoteó en la madera desnuda del asiento de la plaza. Una sonrisa dulce envolvió el rostro de la “dama”. ¿Sabes cómo me llamo? No importa. Te regalo mi sombra, que es todo lo que tengo. Nunca me abandona, me sigue a todas partes. Y… los recuerdos. Yo tuve un hijo como tú, se murió hace mucho. Tuve una casa, coche, marido y … tantas cosas. ¡Ahora soy tan libre!
Se detuvo en el rostro del chico de la calle. Lo volvió a acariciar y alzando su avejentado cuerpo le tomó la mano. Ven camina junto a mí, verás que el mundo es bello y ante el estupor del muchacho se perdió en la niebla. Sobre el banco de la plaza, había un precioso paquete con una cinta roja. Al abrirlo encontró un papel con una frase que decía… “Te espero, mi nombre es sólo… Muerte”.
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