martes, 8 de diciembre de 2020

LA HISTORIA DE DIÓGENES

             La siesta con una canícula intensa fue el detonante para que la Rita y el Evaristo tuvieran un encuentro fugaz y ardiente. Las hormonas juveniles los trastornaron y se hizo noche, noche de piel y sudor, de besos y pajonal entre los miembros enredados. Luego cada uno se fue por su lado. La Rita a la casa donde la esperaban tres pequeños llorones y mocosos, en medio de los ásperos gritos de la vieja madre que protestaba por todo.

            Él, se subió al autobús y desapareció. Sólo le dejó un regalo. Ella embarazada sin saberlo y conociendo sólo que él, mencionaba un tal Diógenes cada vez que arremetía entre sus piernas.

            En el invierno, con una capa de nieve sobre el rancho nació un niño moreno de ojos grandes, abiertas manos que arremolinaban el pelo negro de su madre. La matrona, entregó el niño a los abuelos y partió con un par de pavos y una cesta de chorizos caseros. La Rita no los podía tener y también desapareció. Dejó cuatro chicos con los ancianos que vivían al costado de las vías del ferrocarril, en una casucha de madera y techo de cañas.

            Al niño, le pusieron Diógenes, porque ese fue el nombre que le dijo Rita a los ancianos antes de irse. Al año el abuelo murió con neumonía y la abuela se quedó sola y con cuatro bocas para alimentar.

            Pasaron los años y cada uno fue creciendo como pudo. La Clarita, era mayor y trabajaba en casa de los Aguirre, unos comerciantes de un pueblo vecino. Rito, el segundo, se fue a la Villa Amanecer, una estructura de cabañas cerca del río cuyos dueños se preocupaban por alquilar a forasteros por semana o en verano por quincena.

            Un día vino a las cabañas un hombre que conoció al Diógenes y se prendó del muchachito despierto y rápido con los números y las manos para trabajar. Bastante robusto para la poca comida que había y con muchas ganas. Ganas de crecer como hombre.

            Al año siguiente, después de hablar con la abuela, ya octogenaria, se lo llevó a otra gran ciudad donde aprendería a ser su mano derecha. Allá fue Diógenes y al principio sólo acarreaba trastos en un negocio grande. Era un depósito de productos de construcción. Su patrón no quiso mandarlo a la escuela. ¡Allí avivan giles! Y él no iba a perder una ayuda gratis y fiel.

            Aprendió mucho. Apenas escribía en un cuaderno de tapas de hule negro, cada día, lo que entraba, copiando de las cajas los nombres y al costado la cantidad. Sabía escribir su nombre y no conocía su apellido. ¡Total, era como un fantasma! No tenía familia ni a nadie. Un verano lo llevó el patrón de vuelta a las cabañas y pudo ver a su abuela, a quien amaba. Era su familia. La anciana lo abrazó y besó como a su bebé perdido. Ella le dio papeles y llamó a los hermanos, para que lo conocieran. Hablaron hasta quedarse dormidos.

            Semana después partió a la gran ciudad con el patrón. Éste, lo entregó a un carnicero que tenía un gran abasto de reces. Aprendió otro oficio. Eran buenos y la señora María, la esposa, le enseñó a leer y a escribir. Sus dedos cortajeados por el frío y los huesos duros de los animales, tomaron la forma del lápiz con mucho amor y esfuerzo.

            Pasó un tiempo y tuvo que hacer la milicia. Allí aprendió otras cosas que le sirvieron para la vida. Una noche conoció a una muchacha y se enamoró. Como tenía una habitación con baño y cocina en el abasto, sobre el techo, se la llevó y formó una hermosa pareja. Ella era muy tímida y trabajadora. Le ayudaba en todo. Juntaron billete sobre billete y el patrón, les regaló una pequeña suma y se compraron una casita muy chiquita cerca del trabajo.

            No llegaban niños a su nido. Entonces, Diógenes se acordó de su infancia y le propuso a Norma, traer uno o dos niños de esos que abandonan en los hospitales o en la calle. Y fueron una niña y un varón. Los anotaron como propios y los cuidaron con esmero.

            Ahora, después de muchos años, ella, es una afamada modelo de televisión y él, en la cárcel, está preso por robo a mano armada. Diógenes va todos los domingos con Norma a llevarle comida casera y ropa limpia para cuando salga, venga a vivir con dignidad. ¿Qué culpa tiene, si los padres lo abandonaron al nacer? Y Norma le dice que él, ha sido un hijo del amor, por eso nunca cometió un error como el muchacho. Pero… ¿no fue educado con amor también? ¿Qué hace que un hijo salga bueno y otro atravesado con su historia? Diógenes no tiene respuestas para dar. Norma tampoco.

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