jueves, 17 de diciembre de 2020

UN MILAGRO INESPERADO

            ¡Es un muchacho imposible! No acepta su vida. Es verdad que debe ser muy difícil no saber su pasado, conocer a sus padres y de dónde viene. Era muy pequeño cuando lo encontraron en una caja en un descampado. Tenía horas de vida. Pero era un bebé sano, morenito que aun conservaba el rojizo de su nacimiento.

            Lo encontró Reinaldo “el Tarta”, una mañana muy temprano cuando cartoneaba por la orilla del camino. Creyó que era un gato abandonado y como adora los animales, se acercó y ¡Oh, sorpresa!, era un bebé, machito. Lo envolvió en su vieja chaqueta de lana y salió corriendo a la salita. Se armó lindo alboroto.

            La enfermera de guardia, sorprendida y enojada con la que pudo ser la madre, lo tomó con amor y lo bañó, lo vistió con ropita que siempre consigue y se lo entregó a la doctora para una buena revisión.

            Después le apodaron “Gato” y siempre el Tarta, lo venía a ver para saber si estaba bien. Un médico que no había podido tener hijos, hizo los trámites para adoptarlo, pero son tan largos y enredados, que tardó mucho en poder sacarlo y llevarlo a su casa con su esposa. Lo llamaron Lorenzo porque ese día ganó el campeonato en primera el club de los amores del doctor. ¡Era un hincha  de San Lorenzo! Siempre llevaba debajo de la camisa la camiseta del club de sus amores.

            Lorenzo, el Gato, se fue criando bien con amor y una educación de primera; pero, era huraño y callado. El día que ingresó por primera vez a la escuela, conoció el dolor de su historia. Un chico malísimo, se burló diciéndole que era un abandonado de la calle. ¡Y allí comenzó a portarse muy mal!

            Nada pudieron hacer los padres del amor, le hablaban con ternura, lo mimaban y hasta era un privilegiado por su trato en la casa y fuera de ella. ¡Nada era suficiente! Él, se sentía perdido, sucio, negado y arisco.

            Pasaron cinco años y una tarde lo vino a buscar Andrés un compañero y le prometió que lo llevaría a un lugar a conocer a una persona. La curiosidad fue mayúscula. Lo siguió en su bicicleta y se fueron alejando del barrio, entraron en un pasillo en un asentamiento donde vivía gente muy pobre. En una casilla de chapa y nylon, se detuvieron. Bajó Lorenzo de su bici y siguió al interior a su compañero.

            Allí sobre un colchón de trapos y cartones vio en la penumbra un anciano que dormitaba. Era Reinaldo el Tarta que sufría sus dolorosos años de la vejez, de su pobreza y de su falta de familia. Andrés, lo despertó. ¡Mirá Gato, él te encontró y te salvó de que murieras de frío o te mordieran las ratas! Él, es tu héroe.

            El anciano abrió los ojos y lo miró un rato. ¡Lorenzo! Y se incorporó para saludarlo. Andrés lo empujó para que lo abrazara. Y así, como si de pronto encontrara su historia, el muchachito se transformó en su “hijo” del alma. Lo ayudó a pararse y le pidió que esperara, que fuera a buscar la forma de sacarlo de allí.

            Salieron raudos a traer a su padre, el doctor. Quien sin dudar los acompañó. Sacaron del agujero donde habitaba el viejo, lo llevaron a la salita y una vez pasado un breve tratamiento lo alojaron en una habitación de huéspedes de su casa.

            El anciano, era otra persona, por primera vez, conoció una familia. Y como era diciembre, junto a la parentela que llegaba del interior, prepararon la mejor Noche Buena y navidad de su vida. Y Reinaldo les contó que él, había sido abandonado como Lorenzo, pero no tuvo tanta suerte como él. Ya que quienes lo recogieron lo maltrataron y lo dejaron abandonado cuando era pequeño a su suerte. Lorenzo, lo abrazaba y lo llenó de cariño. ¡Esa fue la Navidad más hermosa de la familia! Un milagro inimaginable que cambió la vida 

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