Belisario Hortubia estaba sentado en
el café de “Chivato Rojo”, succionando su décimo cigarrillo negro, tan negro
como el odio de su alma por ese destino de mierda que lo puso cerca del
Sargento Melitón Rosmualdo Quintero. Un verdadero traidor a la causa de los
humildes y desperdiciados trabajadores de la tierra de Rodeo. Esperaba la hora
de ingreso a la reunión de la “confraternidad de los herbolarios”. Un sindicato
armado de incógnito por un grupo de rebeldes cófrades de Rodeo.
Alrededor de la veinticuatro, cuando
ya el humo desdibujaba el rostro de los parroquianos y el olor a “macho”
caliente y sucio por el trajín de las máquinas y la falta de agua y jabón.
Belisario se irguió y haciendo resonar sus nudillos, se acercó a la mesa siete
donde se vislumbraba la enorme humanidad de Don Chicho Fernanducchio, el
capataz de la “Cosechera Violeta”, el siciliano, con un eterno toscano y mirada
acuosa repasaba los nombres de los presentes para denunciarlos al Sargento. Su
abultado vientre flatulento discurría en sonora sinfonía cerril, cuando el
cuchillo de Belisario, le informó su disgusto por estar entreverado con los
cófrades. Se oía apenas el silbido de las tripas en huida precipitada y cayó el
“pucho” entinto en la sangre grasosa del entregador.
Todos salieron en silencio buscando
la puerta para asistir a la reunión. A él, le salió la bolilla roja y cumplió
con su misión. El siciliano boqueaba en el roñoso piso del “Chivato Rojo”. La
policía nunca supo que fue un guapo hijo de la tierra quien completó su tarea.
Al Sargento Melitón Rosmualdo
Quintero lo fusilaron a las cinco de la mañana en la plaza de armas, por
traición a la Empresa cuyo dueño, era el diputado Nacional Belarmino Soria
Ruettes.
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