domingo, 20 de diciembre de 2020

NIEVE DOLOROSA

Dos teléfonos sonaban marcando una melodía poliforme sin ritmo ni sentido. Sonaron de día, de mañana, de tarde, al oscurecer y a la madrugada. Nadie respondió.

Afuera comenzó a nevar. Se hizo silencio al tercer día. Un silencio que desparramó su desgarro con tenacidad de gelatina caliente. No, era una mezcla de aceite y grasa de cerdo hirviente la soledad silente.

La nieve tapó la calle, la casa, la vida. Tapó el silencio que cercó la sala. Nadie entraba ni salía de la vivienda. Pasó el frío y comenzó a derretirse el hielo transformando en barro sucio y resbaladizo.

El hedor y la aparición de moscas de diversas especies lanzó un llamado de atención al único vecino que habitaba en la cercanía. A golpes derribó la puerta el sargento Andrés Regules y el bombero Hilario Cruz, entró tapándose la boca y la nariz. Sobre un colchón viejo, yacía un cadáver apenas reconocible por el estado de descomposición. Entre sus fémures negruzcos, aún en su bolsa y demoledoramente indefenso hallaron un nonato.

Ingresó un joven como enajenado gritando: ¡Daniela, amor mío! Cayó de rodillas sobre la sangre seca y lloró.

Repite y repite que la nieve lo detuvo en una ciudad en el sur, desde donde no pudo regresar a tiempo y que su mujer no atendió nunca los teléfonos. Creyó que había regresado a su país natal. La investigación continúa, algo no conforma al sargento Regules. Tal vez el entomólogo pueda darle una pista, ya que junto a la puerta habían huellas de pisadas que tenían las marcas de un calzado que no se usaba en esa región y que casualmente era igual al del doliente esposo.

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