Como entusiasta por la poesía y la narrativa fui a encontrarme por
primera vez con varias escritoras y escritores en Colombia. El primer viaje que
hice al país de “Macondo”, tanto leer a García Márquez, una persona soñadora
como yo, logró entrar en el país más cercano a lo fantástico: Colombia.
Llegué a Bogotá y desde el clima húmedo pero cálido, sin grandes
altibajos hasta las avenidas que me trasladaron al lujoso hotel, me llenaron de
placer.
Apenas me acomodé busqué un taxi y le pedí me llevara a hacer una
recorrida hasta que pudiera presentarme al “Congreso de escritores”. Me
trasladó hasta un cerro en donde se venera a la Virgen de “Monserrat”, un
templo con escalinatas de piedra que me acercó hasta el famoso Cristo Negro,
con una historia que me dejó pasmada por interesante y desconocida. Luego me
llevó a un parque Botánico y fue delicioso ver ciento de ejemplares de orquídeas,
plantas exóticas y bellas. (Siempre soñé tener orquídeas en mi jardín pero con
el clima de mi zona es imposible). De regreso al hotel, encontré a un nutrido y
alegre grupo de poetas y narradores de varios países de América. Hoy las
considero mis amigas y amigos, con los que permanezco en contacto.
Pronto comenzó el congreso o encuentro. ¡Un lujo! Escuchar las
diferentes voces poética, las anécdotas y la cultura de cada uno y de todas.
Fue mi ingreso a un paraíso lleno de joyas humanas. Una de las escritoras
mexicana, cada día del tiempo que duró
en encuentro, vistió preciosos trajes de diferentes regiones o culturas de
México. A veces descalza con polleras bordadas a mano en piedras con paisajes o
flores, aves o imágenes Mayas o Aztecas… una belleza rara.
El grupo era tan diverso que aprendí muchísimo sobre la cultura de Perú,
Guatemala, Honduras, Ecuador y hasta de las diversas regiones de la misma
Colombia.
Recorrimos las enormes y modernas bibliotecas de Bogotá y sus
alrededores. La casa de García Márquez, donde habitaba su hermana ya que él,
tuvo que irse a vivir a México por amenazas de las “Guerrillas” que asolaban al
país.
La riquísima comida colombiana, las frutas y verduras, llenaban las
expectativas de conocer las costumbres del pueblo. Tomé el famoso “Tinto” que
no es como en mi país un vino, sino el mejor café que he bebido después del que
probé en Italia. Sentarnos en un albergue a orillas de un camino de cornisa a
beber un Tinto, es toda una experiencia poética. Las famosas “pailas criollas”,
un plato que tiene chorizos, maíz, aguacate, huevo frito… y verduras de
estación…¡Una delicia!
Cuando nos reuníamos a escuchar a los poetas, sentíamos vibrar el
corazón de la tierra de nuestros pueblos y conocí el alma de la tierra criolla.
Como en Colombia hace muchos años que hay problemas de “guerrillas” nos
cuidaban mucho, nos acompañaban policías que terminaron siendo amigos del grupo
de escritores y al final, terminaron recitando poesías o contando historias
populares de sus pueblitos. En los autobuses que nos trasladaba a diferentes
universidades o bibliotecas, para los recitales o conferencias, se cantaba. Un
bochorno para nosotros las argentinas, que en general, no conocíamos la letras
de los “tangos” y que todos ellos, sabían como el Ave María. Colombia ama a
Carlos Gardel, y por haber muerto él en Medellín, lo tienen como a un héroe
nacional.
En general, los argentinos comunes, no hemos aprendido la letra de los
tangos. Tal vez, porque en mi generación, era mal visto que una muchacha
cantara y bailara tango, hoy es “Patrimonio Universal”, pero recién ahora se lo
acepta entre nosotros como debe ser. La música típica de la metrópolis de mi
país. Argentina es tan extensa en territorio, que tiene muchos tipos de música
regional: zamba, cueca, chacarera y chamamé, entre otros.
Ellas y ellos, los poetas de América sabían las letras de los tangos y
cantaban mejor que Tita Merelo o Libertad Lamarque, artistas de la década del
cuarenta y famosas.
Entre tangos, marineras, baladas, boleros y
folclore colombiano, llegábamos energizadas a escuchar conferencias, ponencias
lingüísticas y poesías a los claustros universitarios.
Cuando llegó el final, tuvimos un broche de oro: “En la casa de José
Asunción Silva, poeta único y cultísimo, un día a pura poesía”. ¡Qué placer!
La despedida final, llena de abrazos y lágrimas. Intercambio de libros y
poemas, recuerdos de fotos y discos para oír música de los países amigos. Y un
Adiós, que nos comprometía a volver a vernos en el próximo encuentro en Panamá.
Me quedó tanta urgencia de conocer mejor Colombia, que tomé un paseo por
la costa y viajé a Cartagena de Indias y Medellín. ¡Una experiencia maravillosa
que guardo en lo más profundo de mi corazón! Declaro que Amo a ese país alegre,
ruidoso, cálido y generoso que espera con bellezas y su música a todos para
abrazarlos.
Te recomiendo no salir de Colombia sin comer una arepa de huevo con un
trago de aguardiente o ron. ¡Es el espíritu de su pueblo!