Un verdadero caos había desencadenado la llegada de Tomás, el joven escultor. Casi todo el pueblo estaba ansioso. La llegada del joven fue en principio un rumor de incredulidad y visible temor a los cambios. Desde 1958, todos los que partieron a estudiar a la capital nunca habían regresado y sólo llegaban cuando moría un familiar directo o para refugiarse ante un problema grave, ya fuera económico ya político. La verdad que una vez resuelto, regresaban a su amada y trajinada capital. Tomás había vuelto y aseguró que trabajaría allí para siempre.
Apenas llegó un grupo de
damas del club lo invitó a mostrar sus trabajos. Él aseguró que en pocas
semanas les haría una exposición.
Trabajó con ahínco y en una total y misteriosa soledad. Algunas madres
convencieron a sus hijas que él era un
excelente candidato para casarse y que debían aprender de arte. De
repente todas las muchachas del pueblo partieron a la biblioteca del colegio a
estudiar sobre arte y escultura. Así todas supieron el nombre de Rodín, de Lola
Mora y de los italianos del cuatrocientos.
El día tan esperado,
llegó y todo el pueblo se vistió de gala y se acercó al club, donde cubiertas
con sábanas blancas se adormecían varias esculturas. El cura párroco dijo
algunas palabras sobre la importancia de la cultura y del arte que siempre
había protegido la "Santa Iglesia", así entre una copa de sidra y un
jugo de fruta, llegó el esperado momento... Cada una de las socias se abalanzó
sobre las cintas y comenzó a tirar para destapar. ¡Un grito surgió de las
pudorosas gargantas y una estertórea carcajada de los labios de los jóvenes...!
Tomás había tallado enormes cuerpos desnudos en mil planos y extraños
movimientos. Horrorizadas las madres se retiraron del local arrastrando a hijas y viejos maridos
indignados, el sacerdote rugió esgrimiendo una Biblia y sacudiendo con agua
bendita a todos los presentes. Tomás miraba incrédulo tanta fobia y hostilidad.
Una lágrima corrió por sus pálidas mejillas y descubrió, por qué los otros
jóvenes no regresaban al pueblo. Él con esas obras de arte había ganado varios
primeros premios en la capital y en el exterior. Cerró los ojos y se alejó
lentamente y solo. Caminó toda la noche sabiendo que eso era su despedida y
cuando llegó a su casa había amanecido sobre la ciudad dormida.
"SIEMPRE
Sí, a la fuerza había llegado Romina
a terminar el secundario. Sus padres ya cansados de profesores desde enero a
marzo, pagados con esfuerzo y promesas de la jovencita de ser una excelente
alumna en el próximo ciclo lectivo. Pero nada. Ella firme con su degradante
falta de responsabilidad llegaba a fin de año con muchísimas materias en falta.
Una mañana llegó al colegio el nuevo
profesor de historia y apenas traspuso la secretaría del establecimiento
comenzó la charla aguda y sepultante de los otros docentes sobre los malos
alumnos de la escuela. Escuchó con atención y trató de memorizar los nombres...
y por supuesto uno de los primeros fue el de Romina. Cuando entró en el aula de
5º un suspiro emocionado partió de los labios de las jovencitas y un
"sonamos " de los muchachos. Laureano Hurtado era muy buen mozo.
Parecía un galán de la tele. y las chiquilinas se prendaron inmediatamente de
él. Al pasar lista fue revisando en su memoria los nombres de aquellos tan mal
juzgados. Los ojos de Romina se quedaron colgados de las suaves pestañas del
historiador. Ella también tenía una belleza esplendorosa, y además los
dieciocho años más llenos de vida que pudiera pensarse. Allí comenzó la mutua
seducción. Con inteligencia y tratando de hacer que amaran la historia contando
con conocimientos y claridad, logró que los chicos no estudiaran a la fuerza,
como otras materias. Llegó fin de año y Laureano Hurtado entregó el diploma de
bachiller a su novia y futura esposa: Romina. Toda la fuerza de los padres para
que estudiara se había transformado en querer saber del "Amor".
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