Para llegar a las pirámides del Sol y de
Son tantos los lugares mágicos del territorio que pude transitar; que
falta tiempo en los paseos propuestos para gozarlos a todos.
Mi tierra mendocina tiene un especial cariño por ese terruño. De
pequeñas cantábamos las canciones de mariachis como parte de los juegos
infantiles, aun recuerdo cómo lloraba cuando me hacían repetir varias veces “El
Pajarillo Pecho Amarillo” y se reían porque no entendían que me daba vergüenza
cantar frente a los mayores de mi familia.
Ya mayor, yo, pude viajar a México. Un país enorme, lleno de historia y
de pinturas murales de grandes y admirados artistas. Llena de antiguas ermitas
y catedrales que otrora fueron palacios de aztecas o mayas.
Por supuesto ir a la casa Azul de Frida Kahlo y recorrer los museos con
joyas prehispánicas, es un lujo.
La pintora Frida Kahlo se pintaba muy fea…y era muy bella. Las fotos que
la muestran en los muros multicolores de su casa dan luz a una mujer hermosa.
Su vida fue un infierno de dolores físicos y amorosos. ¡Era frágil como las
aves y fuerte como una leona! Su corsete de hierro y su silla en la que paso
parte de la vida, parecen fabricadas por un inquisidor. ¡Como he podido
conocer, ella como otros artistas coleccionaba miniaturas! En su alcoba hay una
vitrina con pequeños objetos que hacían su deleite. Tenía el alma de un niño. Y
la alegría de una diosa pagana. Tal vez por eso el color juega con los sentidos
en esa casa exquisita.
Una de las cosas más serias que viví en ese país precioso, fue la comida
con sus terribles picantes. Los mexicanos le ponen “Chile o ajíes” a todo. Creo
que hasta crían a las gallinas con ají, ya que hasta los huevos fritos son
picantísimos. Mi boca era fuego, llena de llagas y los labios parecían una
granada madura. ¡Cómo sufrí, Dios mío!
Al llegar al distrito federal o capital, de acuerdo a mi curiosidad,
pedí conocer
Salimos de Distrito Federal rumbo a Taxco. ¡Un lugar lleno de magia!
Entre callecitas ondulantes y recodos amigables. Descubrí un mercadillo de
nativos en una escalera que llegaba a una plaza, en cada escalón una mujer
vendía hongos color violeta comestibles, zapallos, maíz, frutas varias, en el
otro escalón un campesino con su costalito lleno de harina de maíz y verduras;
me detuve en cada escalón compré lo que necesitaba y saqué todas las fotos
inimaginables. ¡Un placer! Es verdad que en cada ciudad o país que visito
quiero conocer los mercados. ¡Son el alma del pueblo que piso!
La antigua iglesia estaba dedicada a Santa Prisca o Priscila y me
sorprendió encontrar confesionarios para mujeres separados de los de los
hombres y otro para “Indígenas”. Si México está poblado de nativos, es que es
muy vieja, me dijo una señora y en la época colonial había ese tipo de
separación. ¡Gracias a Dios todo eso se ha perdido, digo, la vida humana sobre
los sexos u orígenes!
En el distrito federal, cuando regresamos, conocí la iglesia que le
construyeron a
¡Dejé México con el deseo de conocer más, pero me lo impide la comida
tan picante que sirven creyendo que todos comemos así, con fuego en el sabor de
los menúes! Es una pena.
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