Era gorda
la cocinera, morena de cabellos atados en un enorme moño de áspero pelo negro y
sus caderas, se balanceaban con ritmo afroamericano. De sus marmitas salían
unos sabores exquisitos y los niños gozaban de salud eterna. Crecieron como
sólo ella, podía hacer crecer a quienes se prendían a sus milanesas, a su
puchero o a su pasta con queso.
Todas
las tardes salían a comprar al mercado “
Así
fue aumentando la panza y el descontento de la patrona. Un día le preguntó
¿quién era el padre de ese niño? A lo que María le dijo no saber bien, ya que
el amor no tenía nombre ni apellido, para ella. La joven patrona se desmayó y
el esposo, ofuscado le discutió por lo inoportuno de su pregunta. Enojada la
señora de la casa se encerró y no habló por varios días con nadie alegando
terribles dolores de cabeza, hasta que por las inquietas necesidades de los
chicos, siete en total, tuvo que salir y enfrentar la realidad. La cocinera ya
estaba a término y ella que no sabía cocinar, se sintió acorralada. Así nació
el pequeño Lorenzo, Lolo para todos los de la casa que lo “adoptaron” como
hermano. Nunca se supo quien era el padre del Lolo, pero María siguió siendo la
“reina de la cocina”.
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