Entró en forma clandestina en la
casa. Un arrebato de silencio lo envolvía. Franco caminó tratando de no pisar
las maderas rotas del piso. El viejo seguro que dormía. A esa hora, Nemesia sin
duda le servía una sopa fuerte de huesos y verduras y sentado en el sillón se
dormía hasta la madrugada, en que entraba un rayo de luz por la ventana. Todo
revuelto y sucio. El olor a moho penetraba la nariz del más sencillo. Abrió el
ropero donde el anciano guardaba la pistola. Envuelta en un paño apolillado
estaba como un pájaro muerto. Salió tal como entrara. Parecía un fantasma.
Esa mañana, encontraron al viejo
dormido, muerto y con una sonrisa dibujada en el rostro desdentado. Nunca se
enteró que Franco había ido a marcar con una anémona roja, la frente de su
amante en el motel.
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