Como en la Villa había un arroyo no muy
lejano, los muchachos se arremolinaban en sus aguas para refrescarse en las
siestas. Siempre atentos a las turbulencias, no nadaban en las aguas más
profundas. ¡Pero, pero una tarde llegó Délfor, con su bañador impecable, gafas
de “Rayban” y su Siambreta reluciente! Los muchachos, que le tenían envidia, lo
invitaron a nadar hacia un remanso. Luego se fue alejando con la suave
corriente hasta un lugar muy hondo. No hacía pie. La corriente le arrancó la
malla y quedó como Dios lo trajo al mundo. Abrazado a un tronco que boyaba, se
quedó esperando que los otros lo auxiliaran. Ya anocheciendo, aterido de frío y
miedo, logró llegar hasta la orilla. Los vecinos de la Villa Virtud, asombrados vieron
acercarse al hijo del contador del banco desnudo y arrastrando su motito,
porque le habían desinflado los neumáticos.
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