domingo, 28 de marzo de 2021

CAMINANDO EN ITALIA; de ANÉCDOTAS DE VIAJES

 

Soy nieta de italianos, inmigrantes que llegaron a Mendoza, Argentina esperando hacer la “América”. De algún modo lo hicieron, salir de la pobreza que dejan las guerras, ya es un premio en la vida. El sueño de todos nosotros, los descendientes de italianos, y creo de los hijos de todos los inmigrantes, es conocer el país de sus mayores.

Por suerte hablo bastante bien el idioma italiano y me ha servido siempre en los viajes. Llegar a Roma es como cumplir un rito fantástico. Recorrer los famosos monumentos antiguos, ir al Vaticano y entrar a sus inmensas salas, Capilla Sixtina, biblioteca y la Nave Central donde en hornacinas hay reliquias de santos y personajes históricos, es imprescindible.

El hotel estaba cerca de la terminal y por allí pasaba gente de todo el mundo. Comer “pasta” es volver a la casa de los abuelos. El perfume de las “Trattorías” es una invitación al deleite. El olor del aceite de oliva, es ingresar en la niñez. Ver las botellas de vino “Chianti” o el “lemoncello” después del postre…los profiteroles con azúcar o chocolate… un placer. ¡OH, bella Italia! La sangre que corre por mis venas es desde siempre con olores primitivos a pan con ajo y aceite, con canzonetas a viva voz, con óperas en discos de pasta con la voz de Caruso o de La Callas.

Después de pasar varios días caminando y subiendo y bajando escalones en los restos del  imperio romano, nos sorprendió una huelga general. ¡Si hay algo inesperado y terrible para un turista es una huelga! No había taxis, ni autobuses, ni trenes, ni metro. Nada. Calles solitarias, con negocios cerrados, museos y catedrales acerrojadas. ¿Qué podíamos hacer? Pasear por donde se pudiera cerca del hotel. Y caminamos. Mi madre y yo como entusiastas exploradoras. Y como turistas nos perdimos. En una esquina detengo a un joven apuesto y simpático y le pregunto por dónde llegar a la Terminal de autobuses, que estaba cerca de nuestro hotel. Me señala la tarjeta que llevaba en la mano con el nombre del hotel. ¡Me comienza a explicar con señas de sordo! Yo no he estudiado el idioma de señas… y soy docente, pero de chicos oyentes. No sabía si reírme o llorar. Justo le vengo a preguntar a un sordo mudo. Le dí las gracias como pude y seguimos andando. Hasta que encontré un policía, que me quería acompañar. ¡No gracias! Ya entendí.

En el hotel, había llegado un grupo de viajeros de Pakistán. Ruidosos y alegres, pero que no entendí muy bien los pocos mozos de servicio, no los querían atender. ¡He visto tantas cosas extrañas en mis viajes! El pianista llegó agotado con su motoneta. Se sentó al piano y me pidió si lo acompañaba con alguna canción. El ruido era fantástico. Nosotros tratábamos de hacer música y los pakistaníes hablaban muy fuerte tratando de tapar lo que nosotros hacíamos. Vino el gerente y puso silencio a todos.

Al día siguiente nos vinieron a buscar para trasladarnos al norte de Italia. A Florencia. Nos hicieron viajar en un tren que se dirigía a Alemania. Nunca se detuvo. En la terminal de Florencia, disminuyó su velocidad y nos tuvimos que bajar en movimiento tirándonos las valijas los otros turistas que seguían para el norte. Yo capturaba los preciosos equipajes como si me dedicara a hacer un deporte de riesgo. Desde adentro me aplaudían y mi madre, muerta de risa, acomodaba lo que iba cayendo.

Llegamos al más bello de los lugares de Italia. Allí, conseguimos un taxi que ahora pienso no era oficial, el hombre que manejaba apenas hablaba italiano y debe haber aprovechado la huelga para sacar un poco de dinero extra. ¡Gracias a Dios, no nos estafó!

En Florencia nos acomodamos en un pequeño albergue, casa antigua reciclada. Estaba muy bien ubicada. Descansamos hasta el día siguiente y comenzamos a caminar las calles por donde caminó el Duque Sforza, los Medici y esos héroes de películas históricas que hemos visto hasta el cansancio.

Se había levantado la huelga y conseguimos conocer bien la “Señoría” los palacios, que me parecían pequeños en relación con otros que vi en otros países. Guardo un precioso recuerdo del paso por Florencia, como todos los viajeros, toqué el cerdito de la plaza, que dice que hace regresar a ese hermoso e indescriptible lugar.

¡Nunca pierdo la esperanza de volver a ver el David trabajado en mármol por el único: Miguel Ángel Buonarroti! 

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