Orieta se despertó con un sudor que empapaba la almohada y el camisón. No hacía ni frío ni calor. La primavera se había presentado diferente a otros años. Con el control remoto abrió la cortina que oscurecía la habitación. ¿Había soñado o vivido una experiencia notable?
Nació
en una ciudad mediterránea de Argentina. Sus padres y abuelos eran italianos y
habían llegado en el tren desde Buenos Aires para vivir en el interior; además,
no tenía ningún antepasado galés, escocés o gallego; sin embargo siempre tenía
ese sueño recurrente. Las gaitas llegaban de lejos con su sonido agridulce.
Agudo y melancólico. Ella sentía que paseaba descalza sobre un prado de trébol
verde, entre robles antiguos, fuertes y poblados de pájaros desconocidos.
Se
veía a sí misma vestida con una túnica de lino fino, el cabello suelto hasta la
cintura y sus manos como cuellos de gansos de plumón se movían al ritmo de
dichas melodías. Nunca se animó a confiarle a su madre ni a Enrique su
experiencia.
Debe
ser una vida anterior, le dijo una compañera de la facultad que amaba el
ocultismo y
¡Soy
más “tana” que la tarantela y la pizza…! Pero me dejó pensando. Desde los cinco
años o antes yo sentía esa música y me perturbaba.
Comencé
a investigar. Fui a la escuela de música y me mandaron a una biblioteca enorme.
Cuando entré, los allí presentes me miraron sorprendidos.
¡Yanneth
Jones, cuándo regresaste? ¿No era que no reemprenderías nunca la vuelta a este
país que fue tan agreste para tu música?
Yo
los quedé mirando estupefacta. Me llamo Orieta Strucchi y siempre viví en este
lugar. Jamás me fui y he venido a investigar por una melodía que me tiene
asombrada. Sueño siempre con gaitas y… relaté por primera vez, sin vergüenza
mis visiones nocturnas.
Se
había hecho un silencio mayúsculo. Me miraban con temor y curiosidad. Un joven
músico, con seguridad, se acercó y me dijo: - Mira, no se si lo que te voy a decir puede servirte de algo…, acá vino
hace unos años, una becaria que tocaba la gaita muy, muy bien. Era la profesora
más querida de la academia. Delgada, de largo cabello rojo que coronaba su
cadera, siempre vestida con una túnica de lino suave de color claro… y un día,
se enamoró del profesor Cándido Cazares. Él, era un hombre mayor. Violinista.
Soltero. Creo que el amor fue mutuo, pero… esta historia no podía terminar como
en las películas. ¿Sabes? Una mañana viniendo para las cátedras lo atropelló un
coche y quedó en coma. Cuando despertó estaba totalmente amnésico. Aun vive en
un geriátrico del estado. No conoce a ningún alumno ni a profesores y a ella,
la echó del nosocomio. Sólo, nadie supo por qué la reconoció, antes que ella se alejara le suplicó tocara
una antigua partitura con la gaita. Ese sonido quedó en la memoria colectiva de
la academia. Dicen los que cuidan de él y acá en las salas, en ciertas noches,
se escucha la gaita de Yanneth Jones con su clara música de gaita.
Salí
desconcertada, peor que cuando entré. Sigo en algunas noches, soñando con esa
estridente música celta de gaita.
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