miércoles, 26 de enero de 2022

VIAJE COMO ESE, NO VOLVERÉ A VIVIR.

 

                                   Cumplí los doce años. La vida es hermosa. Mi vestido rosa pálido con vuelo en la pollera llena mi mundo de sueños. ¡Ya soy grande!, me repito. A partir de ahora, mi vida cambiará.

Y, sí, cambió.

                                   Mi tía Federica, que es como mi mamá, se fue a vivir a Buenos Aires; mantiene conmigo una permanente amistad. Sus cartas llegan regularmente cada sábado a mi pequeño pueblo de montaña, acá en Catamarca. Bueno en realidad, ni tan siquiera vivimos en la capital. Mi pueblo, que es hermoso, está enclavado en medio de las montañas a doscientos kilómetros de la ciudad. ¡ Es tranquilo y todos nos conocemos, ya que en pocas cuadras está ubicada la escuela, la iglesia, el club donde hacemos deporte. Yo patino, y mi profe de patín, es una señora alemana que vino hace mucho después de una guerra, con su mamá. Se llama Ingrid y siempre habla de su pueblo, de su gente y añora volver. Yo no creo que pueda, ya su pueblo no debe ser el mismo.

                                   Me llamo Silvina. Y les voy a contar que mi tía, que es mi madrina, me ha invitado para que viaje a verla a Temperley. Mamá se opone y papá que me adora, me dice que sí, que iré apenas terminen las clases como premio por tener tan buenas notas. Las chicas del pueblo están alborotadas, casi ninguna, excepto Georgina y Mariana, han viajado a Buenos Aires. Imagino que seré el centro de todas las discusiones familiares, porque si papá me deja ir, muchas compañeras y amigas, le dirán a sus padres que yo soy su ejemplo.

                                   Lo primero que haré es preparar mi ropa. Debo lavar y planchar mis pantalones y remeras. Mamá suspira y llorisquea, pero pronto con un montón de besos la voy a dejar tranquila. La profe de patín está feliz, dice que se ampliará mi panorama sobre el mundo. Me habla de su viaje en un viejo vapor por mares que yo no sé ni dónde quedan. Me traerá unos mapas para que aprenda. A mi me gusta aprender cosas, pero que no me obliguen. Desde luego me ha dado varios encargos, para que con mi tía busquemos en la capital y le pueda traer novedades sobre la ropa que hay ahora para el patinaje artístico. Miramos en la T.V. los concursos en otros países del mundo y yo sueño con usar esos lánguidos trajes llenos de brillos y gasas de colores que parecen mariposas entre los brazos de un príncipe.

                                   Papá me busca los pasajes y llama a la tía Federica  para que me vaya a buscar a Constitución, el lugar a donde llega mi bus. Ya tengo todo listo y mi corazón está como de baile o fiesta que para mí, es lo mismo.

                       

                        El bus que me trae es altísimo, tiene dos pisos, está tapizada cada butaca de terciopelo azul. Mi asiento es de una sola persona, porque papá y mamá no quieren que viaje con alguien pegado a mí. Tienen razón, ¿de qué puedo hablar si me toca una persona grande o un señor muy mayor? Además no es fácil que viaje una niña como yo. Me llenan de recomendaciones: que no hable con extraños, sólo lo estrictamente necesario; que no me baje del micro hasta llegar a destino; que llevo suficientes golosinas como para un jardín de infantes; que coma sin decir nada lo que me sirven en la pequeña bandeja del bus; etc, etc. Yo miro desde la ventanilla a Macarena que llora. No sé por qué,¿  pensará que no voy a regresar? Lorena y Chachi se mueren de risa porque detrás de mí hay un señor calvo y obeso que come y come, ellas muertas de risa me dicen algo que no puedo escuchar. Mamá reza. Papá la abraza. Se me acerca un joven que dice ser el camarero de a bordo. Se llama Luis y me dice que si llego a necesitar algo él me ayudará. Muy simpático. El micro comienza a dar marcha atrás y mamá es un mar de lágrimas, papá se ha secado un lagrimón también y las chicas me levantan un cartel deseándome suerte. CHAU.... digo detrás de ese vidrio fijo y agito mi mano con emoción y alegría.  Tengo cuatro horas hasta la capital de mi provincia y doce hasta Buenos Aires. Seguro que me voy a aburrir muchísimo. ¡Oh, han encendido la pantalla de un pequeño televisor y van a dar películas, espero que sean nuevas y lindas! Es Harry Pother, me voy a dedicar a mirar la peli.

                        -Señorita, ¿ va a cenar? – me acaban de despertar. Me quedé dormida después de las dos películas que pasaron. Claro que quiero comer, me muero de hambre. Luis, el camarero, me entrega una bandeja con jamón y ensaladita de zanahoria rallada y mayonesa; además me trae una milanesita con puré; que devoro. Me trae otra bandeja y me quedo contenta. De postre hay un flan pequeñito pero sabroso. Otra película. Es fea de policías corruptos, pero la miro, igual, se que no es para mi edad, ya que tiene mucha sangre, pero también Luis debe atender a los otros pasajeros. Ellos no se quejaron por las que pusieron para que yo viera. Me ha dado sueño, el movimiento del micro me hace pensar en un barco en medio del mar. Hasta mañana.

 

 

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