Hacía
un largo rato que estaba allí, parada en la escollera, mientras las olas
rompían contra los pilotes de hierro y cemento o contra las rocas que
quedaban. Adoraba esos días que
presagian tormentas. El oscuro mar, amesante, brumoso...Siempre el invierno
cambia los tonos
Perdí
Algunas
aves marinas peleaban, por allí, disputándose algún botín costero, saciando su
hambre y completando mi inevitable arrobamiento.
Estaba
tan serena, tan feliz , que no quería moverme, a pesar que el cielo cada vez
estaba más oscuro, y la tormenta más cerca. Me arropé en mi gastada chaqueta de
plumón, de color desvaído, aunque se distinguía contra el color reinante, ¡
pensar que nueva, era muy roja y ahora , casi bordó !. Me apoyé una vez más en
la resquebrajada baranda de la
escollera.Todo parecía derruido o por lo menos mucho mas viejo...el color
pardo, que se había mantenido firme entre tormentas increibles y soles fuertes
Acaricié
unos mejillones chiquititos
Comencé
a alejarme, volví a mis recuerdos... a mi infancia y así, a la gloria de ese
mundo increíble del lugar donde nací, allá en Mendoza...¡qué lejos, que estaba
ahora, todo ese tiempo!
Recuerdo
...¡la calle tenía un tono iridiscente por el fino polvo, que levantaban los
"mateos" y el estrepitoso y bullanguero tranvía que chirriaba con sus ruedas en los rieles,
cuando llegaba a la esquina de mi casa ! ¡ Era atrevida! Yo salía a buscar agua
fresca de la fuente, que estaba justo al
final de la "alameda". A la hora de la siesta, hora fatal, por el
calor y el silencio! Y sin embargo salía
igual con mi jarra buscando el agua que
me sabía a fresco. El agua tenía gusto a felicidad, para mí.
Vivíamos
en un rincón increíble, donde la vida de un puñado de gente hermosa, casi todos
inmigrantes llenos de ilusiones, celebraba la existencia.Sus diferentes
costumbres y curiosos lenguajes entrelazaban la vida pueblerina.
Ví nuevamente a Don Carlo, que dejaba su mateo
en la esquina de la calle Chacabuco y se ponía a jugar a los dados con Don
Jaime, el tendero, y con "Cipolla" un "tano" risueño que
hablaba su propio idioma y que tenía un almacén pequeñito. ¡ Así, volví a mi
infancia !
Cerré los
ojos y me pareció que tenía frente a mi, la figura de "Ture" o Salvatore Ferri, ese "tano" joven, hermoso,
rubio y colorado por el sol. En sus ojos de cielo se podía ver el de Catanzaro,
su pueblo. Me parecía verlo allí con su cesta llena de chorizos, morcillas y
pedacitos de tocino fresco, colgando de su brazo enorme, que semejaba más el de
un marinero .
Ture
venía todos los jueves. Miraba, espiaba los zaguanes de la cuadra. ¡ Nadie
sabía que no buscaba sólo clientes, sino que su corazón tenía una verdadera
pasión oculta !Y...¡muy pocas veces
podía alcanzar su sueño...! Ver a..."
¡Yo
me criaba, tranquila, jugando a la rayuela
en el damero de
-
Salvatore,
tartamudeaba, mientras con su enorme cuchilla cortaba el pedido y apenas la
miraba. Tenía vergüenza.
¡Qué
épocas tan bellas! Lloro y mis lágrimas de hoy son
Don
Carlo le arrebató el revolver a mi
padre. Él, ensangrentado, estaba enloquecido. Lloró en el suelo abrazado
al cuerpo laxo de mamá. ¡ Yo grité desconsoladamente, sin comprender muy bien
lo ocurrido ! La gente corrió. Sostuvieron a ambos hombres que desesperados
trataban de ultimarse. ¡Mamita quedó
allí
Llegó
un señor y se llevó a mi padre.¡ Don Carlo
buscó cubrir el cuerpo ! Alguien me arrastró hasta la casa donde la
abuela gritaba. No se le entendía nada, hablaba en dialecto.¡ Pobre anciana !
- ¡
Doña Vicenta, venga, tengo algo que decirle...¡Salvatore, se clavó un
cuchillo en el "cuore"! ¡Ture
ha muerto! El pobre muchacho no lo ha
soportado.
Pasaron
algunos meses, mi vida cambió para siempre. Un día partimos hacia el mar con mi
abuela y mi hermano. Allí vivía un tío pescador que nos acogió. Con mi abuela y
mi dolor tuve que armar mi existencia nuevamente. ¡ Las últimas palabras de mi
madre...fueron de amor y de perdón!
La
tormenta arrecia, voy a refugiarme en casa. Mañana...el sol volverá a brillar
en el mar calmo.
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