LLUVIA EN LA TARDE.
Es necesario estar allí, en el
silencio del atardecer. Las aves rumorosas que chillan sus chismes con el
plumaje abierto al rocío, el sol gime con el color azul-índigo que roba al
poniente y la compañera soledad, se acicala para cubrirme con su misterio. Me
molestan los insectos que ronronean en mis oídos y me pican histéricos la piel,
hasta hacerme brotar enormes bultitos rojos que rasguño hasta sangrar. Mi
barca, se sacude suavemente en las ondas bermejas, azules y violetas del lago.
Un fuego insolente se desplaza ágil en el horizonte, convirtiendo el verde en
un matorral ígneo. Leo en la carta mil veces desplegada y cuya tinta se
desdibuja en el papel. Una y otra vez, leo.
Recuerdo el día que te fuiste. Tu
alejarte fue un hecho disparatado, ilógico. Pero cierto. Egoísta pero feraz, ya
que me hizo crecer este delirio que bailotea en mi estómago. Te extraño. Y temo
pensar en un amor imposible entre el tiempo y la última despedida en que
quisiste besarme y yo huí, como una pequeña gacela asustada frente al cazador
astuto. Me parece aun sentir tus labios tibios sobre mis labios. Y una mano que
pretendía asirme. Escapé a tiempo, no se si pudiera resistirme después de tanta
soledad. Eres un sueño. Inalcanzable, como esas nubes que van cubriendo el
cielo. Lágrimas finas que se dejan caer sobre mis senos olvidados. Sobre mi
brazo inerte con el papel mojado por la tenue lluvia en esta tarde en que te
digo adiós, definitivamente. Adiós.
Despedirse de un amigo intangible es
como correr hacia el olvido. Tu muerte prematura se despliega frente a mi y soy
una pequeña presa asustada por el miedo a no saber si alguien, un ser especial como tú, me ama como decías
amarme. Yo sabía que no era cierto, pero en mi profundo e íntimo dolor, soñé,
algunas veces, que eras el amante perdido. ¿Quién me mirará desde los confines
con la mirada sedienta? Cada noche más solitaria y confusa. Y en este tiempo de
vendimia, cuando ya caen las hojas enrojecidas de la viña, caminaré descalza
por la tierra buscando un grano vital, ese que se transforme en jugo posible de
vino nuevo. El vino que bebiéramos en aquel mar arrogante junto al cielo. Ahora
llueve. Es el atardecer y llueve. Navegaré hacia la otra orilla. Donde habré
dejado olvidado mi inquietud, y ruego, que vueles con los pájaros hacia el
infinito. No me esperes, nunca iré a tu encuentro. Ya no soy esa niña que
otrora cedió su mano para tocar tu piel y tu sonrisa. Llueve en la tarde y es
el olvido inevitable para seguir viviendo. Otoño, qué tiempo para partir sin
destino conocido. Oro y cobre. Ese el tiempo en que te has ido. Cuidaré tu
nombre, lo ataré con cordeles a los álamos
inertes. Será
un estandarte al viento, cabalgando las cimas de las montañas, capitaneando las
cabalgaduras en la estepa sombría, así será tu nombre. Un pañuelo agitado al
sol. Un adiós sin quebranto. Un beso sin destino. Aire. Y tu cuerpo, efímero
compañero; encarnadura de estirpe sometida, estará ahuecada en la ladera de la
tierra. Será vid y tan pronto revivirá en vino nuevo. Otro otoño distante en el
recuerdo.
Llueve sobre mi barca sedienta de
silencio. Canta un pájaro y vuela. Se pierde en la oscuridad y ya es noche. Sin
luna y sin estrellas. Noche, sólo noche.
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