lunes, 22 de agosto de 2016

NIEVA EN LA DACHA- parte 1


NIEVA EN LA DACHA

La nieve caía lenta y pregonaba un día levemente más benigno. Dejó de nevar y el sol se abrió solapado entre las nubes grises. Brillaba el suelo con un albo tan extremo que no podía mirar hacia el huerto. Una rama se desgajó con el peso de la nieve y cayó creando un caos ruidoso y móvil. Una malla de blancura hermosa voló por su derredor. Luego, comenzaron a caer trozos de nevazón tal que se fue acumulando alrededor de ciertos lugares.

Svetlana caminó sobre la breve alfombra y observó el camino. No podía ver el recodo por donde tenía que aparecer el caballo de Igor. Hacía una semana que salió a buscar a Natasha en la estación del norte.

Se sentó y siguió tejiendo. Cesó el ruido de caída de nieve. El viento se convirtió en una brisa apenas y breve calentaron los rayos solares. Pasó un tiempo huidizo y el samovar se enfriaba cuando sintió los cascabeles del noble “Tizón” por la huella del camino. Su sonido familiar trajo un grato cambio. Con Igor había seguridad y confianza ante los imprevistos.

La anciana acercó dos tazas de té caliente y revolvió el brasero bajo la mesa. Puso pequeños carboncillos en el samovar y agregó agua fresca para hacer más de ese delicioso té que trajera Natasha en su viaje anterior. Al ingresar en la casa un aire helado convirtió el ambiente en una escasa bendición. Luego se entibió y sacándose las capas y gorros, guantes y mantas, hablaron sobre el viaje y el trayecto, las novedades la ciudad y aconteceres de algunos vecinos y amigos.

Igor aseguró que la joven esposa esperaba un hijo. Que llegaría en verano y que estaba orgulloso de la fortaleza de la muchacha para afrontar ese viaje con el gélido invierno.

La figura de Natasha se deformaba con la presteza en que se derretía la nieve y aparecían los narcisos y comenzaban a verdecer los árboles.

Una madrugada de febrero nació Yerko. Era un bebé robusto que berreaba a todo pulmón para alegría de la abuela y padres. El cabello cubría todo con un estallido color rojizo y los ojos parecían las aguas calmas del lago, azul oscuro. Brillantes y profundos cuando se posaban en algo o alguien. Se alimentaba con desenvoltura y pasión. Era sano.

Fue creciendo con el amor de la abuela que disfrutaba de cuidarlo y enseñarle a vivir. Las historias fluían de su memoria hacia los ancestros y la mágica perspectiva de viejos cuentos de  su tierra.

La primera navidad fue extraña, el frío impidió a Igor salir en busca de alimentos para aliviar el clima gélido. La nieve tapaba ventanas y puertas, que enorme esfuerzo apaleaba cada mañana junto a su mujer. En un cobertizo “tizón” junto a las ovejas y a dos vacas, se entregaban un aliento vigoroso y vital. Poca pitanza quedaba y así Igor tentó ir a la aldea cercana a buscar  lo que escaseaba. Pasaban las horas y no regresó. Dos días después llegó Ivan, un aldeano con el hombre enfermo. La fiebre devoraba su natural fortaleza. Nada se pudo hacer en ese lugar lejano y duro.

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