¿DÓNDE QUEDA EL CIELO Y DÓNDE EL
INFIERNO?
Si
me quedara parada frente a un cuadro de mi vida, creo que he saltado más de la
cuenta en esta Rayuela. ¿Qué cosas marcaron mi infancia? Mi soledad. El
sentirme fuera de un contexto común. Por las razones ilógicas de una educación
contradictoria, no podía apoyarme segura sobre dos pies. Para uno, mi padre, el
amor al prójimo y a Dios exigente y castigador era el objetivo, para el
otro, mi madre, era ser exitosa, glamorosa, de categoría social, y soberbia,
era la meta. Yo, saltaba descontroladamente de un pie al otro sin encontrar mi
espacio en el mundo.
Con
manotones descontrolados, fui trazando un bosquejo arbitrario de mi infancia,
entre el dolor agudo de sentirme fea, inútil, poco inteligente hasta auto involucionarme
en un mundo imaginario en que creaba mis
propios monstruos. Algo pasó, tiré una pequeña piedra y encontré un ángel
llamado Beba. De su mano caminé por un mundo nuevo. Hermoso. Vi brillar el sol
y escuché la música que cambió con su melodía mi mundo. Me ayudó a pisar con
los dos pies. Tal vez era la primera vez que pude verme y reflejarme tal cual
aparecía en el espejo de la vida. Aprendí a ser yo. Sin miedos. Descubrí que
tenía entre las manos algunas flores y
pude abrazar a quien me había tirado algunos salvavidas, Nené. Varias veces
salté en un solo pie. Fui voluta de humo. Sangre. Fui verdad y mentira.
Traicioné o defendí, sin sentir que era el eco de un desorden. Y viví con
pasión mis vergüenzas, mis zonas ocultas y mis temores. Creía ciegamente en la
furia de un Dios vengativo que no perdonaba las debilidades.
El
ángel me dejó, o yo crecí y lo abandoné. Tal vez vio caer mi pequeña piedra en
un lago tranquilo. Había crecido pero no había madurado. Un día me encontré de
cara con la muerte. ¡ Esa bastarda que me ha perseguido desde entonces! ¡Me fue
haciendo saltar tan lejos! Perdí y gané; en este juego frenético de tiempos,
que cada vez son más veloces. Loco el reloj atraviesa el páramo de mi historia
personal.
Amé y me amaron. Me eternicé en tres vidas que
me regalaron seis pies más fuertes para saltar en una Rayuela inquietante, la
loca esperanza de ser yo misma. Aun me sorprende cada salto que me proyecta al
futuro. A veces piso mal. Caigo y me
levanto malherida, me sacudo el polvo del fracaso y vuelvo a tirar la piedra
hacia delante.
He
perdido, en algún fallido salto, la voz contestataria, la que me dejaría volar
para encontrar la otra cara del espejo. No sé si se perdió en la noche de mis
contradicciones que aun rebotan en mi conciencia.
Han
naufragado varias naves de mis certidumbres. Perdí la sólida estructura de los
rituales y me relaciono desordenadamente con un Dios posible. Un ser
misericordioso que me acepte con las perplejidades de mi antinomia humana.
Sigo
tirando las pequeñas piedras ( cada vez más preciosas, joyas inesperadas) en
una búsqueda de ese cielo que me prometieron siendo niña. Un paraíso posible en
una tierra bravía, desengañante y oscura. Me rodean rostros miserables y
bellos, rivales impensados y celosos. Con ellos juego a cada instante. Con
ellos me tocará seguir desplegando cada una de las plumas con las que pienso
volar al Sol. Sé, que a mi alrededor me esperan primaveras soleadas, estrellas
fugaces, melodías mágicas... hay puertos escondidos y hados protectores; hay
cumbres tormentosas, hay desiertos y mares, que tendré que atravesar en este
juego. ¿Dónde estará el cielo y dónde estará el infierno?
Inadvertidamente
me desplazo como ciega por el camino cierto que me lleva al final.
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