LAS CARTAS DE MI AMO.
Llegué
a la ciudad desde mi aldea, gracias al socorro que me envió tía Tymoti, ella me
necesitaba en las habitaciones de sus amos para ayudar en tareas sencillas para
mi lady. Lo primero que objetó el amo fue mis ruidosos escarpines de cuero y
madera con que atravesaba el pavimento de mármol de los largos pasillos del
palacio, por lo que pronto se me obligó a usar zapatos de cuero que dejara mi
ama, casi sin usar. Yo, comencé a parecer una dama. Tía cosió unos vestidos de
tafetán con esmero y sobre ellos usé unos delantales de organdí con viejas
puntillas rescatadas de ropa de mi señora. Realmente era yo, con mis recién
cumplidos diecisiete años, otra persona.
Tengo
que agregar que traté en todo momento de no ser vista por Milord, mi presencia
era por demás insoportable para ese gran político, que estaba siempre rodeado
por jóvenes alegres, que le ayudaban en su tarea de escribir largos textos y
discursos. Sus estrategias eran fundamentales para el estado. Lo visitaban
ministros y embajadores, en forma permanente, haciendo proyectos para agrandar
el país.
Un
día se escuchó una terrible discusión entre el amo y el señor D., que había
llegado a visitarlo. Una carta muy personal había desaparecido del escritorio
del amo. Más, según escuché luego, cuando llegó el inspector de policía, el
amo, vio cuando el señor D. sacó su legítima carta y la sustituyó por otra. El
asunto es que en medio de las discusiones, el señor despidió a sus secretarios,
que con profundo dolor se fueron, sin más que reproches y palabras amargas.
Yo
había advertido, cuando me acercaba a los aposentos de mi señora en las
madrugadas, que el joven secretario, Willians S. salía de la habitación del
amo, vistiéndose, me echaba una mirada despreciativa y rápidamente desaparecía
por la puerta de atrás de la galería de los retratos. Entraba luego como si no
hubiera pasado la noche en los aposentos. Saludaba con desenfado y solía reír a
voces contando en susurros alguna cosa a sus compañeros. Otras veces vi salir a
George H. y también a Charles M., pero imaginé que trabajaban hasta altas horas
de la madrugada y por eso quedaban en las habitaciones del amo. Después que
sucedió lo de la carta, supe por el llanto constante y los reproches de mi
lady, que algo era diferente. Parece que “ellos” duermen con el amo. Y la carta
no es nada más y nada menos que la prueba de la vida licenciosa, a decir de tía
Tymoti, que se desarrolla en esas alcobas. Lo que sí tengo que decir, es que es
imposible aguantar la ira de cada uno de los habitantes del castillo. En
especial de los sirvientes que se ven maltratados por los señores. Milady,
tiene un arreglo con su esposo, de tipo comercial, creo, pues si bien no tienen
hijos, ella ha obligado al caballero, que es jefe principal del Parlamento, a
firmar papeles que la hacen dueña de tierras en el norte de Inglaterra y en
África. Y tía Tymoti, me contó que madame, tiene dos hijos en Roma, que son de
su difunto esposo, el primer marido. Bueno, en definitiva, la casa es un
verdadero caos. Yo, trato de no aparecer en ningún lugar donde mi persona
moleste. Trato de ser una sombra, ya que acá nunca he pasado frío ni hambre
como en mi aldea. Lo que hagan mis amos es cosa que a mi, no me incumbe y yo
seré fiel a mi labor hasta que me digan que no necesitan mi presencia.
El
chofer me dijo, que parece que hay un inspector, que viene de vez en cuando,
que ha hecho firmar al amo, un billete de 50 mil libras, para el que recupere
la carta. Pero me dijo, también, que él, ha juntado de la recamara otras cinco cartas
que son su pasaporte al futuro de su vejez.¡Menos mal que no se leer ni
escribir! Pienso que eso, sólo sirve para crearse verdaderos problemas. Ahora
voy corriendo a ayudar a mi ama que está desolada. Mañana vendrá el inspector
Dupín, ¿Qué noticias traerá para mis amos?
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