ENCUENTRO EN PARÍS 2
Volver a la casa de Jean es para mí
un delirio. No puedo aceptar regresar a mi juventud. Me odio y odio todo lo que
significa verme como soy ahora. Un anciano con principio de Parkinson y la
enfermedad maldita… ¡Mi amado bailarín! Supimos tan tarde de lo que se había
incrustado en nuestra sangre y nuestras entrañas, nos castigaríamos con frenesí
de besos y caricias tan sólo. Y hoy estar así expuesto a la mirada insidiosa de
un grupo de inquisidores que si no lo saben lo sospechan.
Me han dicho que
Maggy Piergge es una gran poeta y no soporto la poesía. Me han hablado de un
tal Raymond Wynter que escribe las mejores críticas en los periódicos de
Francia y Europa, y yo ya no necesito críticas y menos de cincos petulantes
aprendices de periodistas.
Me esconderé en
la fantasía de mi estereotipo. Todos creen que me visto como lo hago por
excéntrico y me oculto de la voracidad de los estúpidos pseudo traviesos
modernos.
Nosotros fuimos
los que revolucionamos el mundo artístico del siglo. Ya está, ya estoy acá. Me
siento en el sofá menos luminoso. A mi lado un petimetre con aire de sabiendo
me observa. Me habla y no le respondo. No quiero. Me niego de desnudar mi alma
en este hueco.
El champagne y
las trufas están buenos. Los quesos también. El vecino sólo come unos “penne a
la romana” que le trae Jean. ¡Me muero de rabia cuando veo que al pasar junto a
un tunante español, se besan con pasión mientras acaricia a un efebo
cariacontecido de pacotillas! Odio sus rostros juveniles y asoleados por el
mediterráneo, su salud de hombres fuertes y sanos.
Me presentan al
periodista que me observó como un endemoniado antropólogo. Es el crítico de Le
Monde. Portugués por nacimiento pero inglés por origen. Me dice entre bocadillo
y bocadito que su padre era diplomático. Que su abuelo inglés, se enamoró de
una cantante de Fado y escapó de su hogar en la húmeda isla y se fue tras una
hembra de sustancia, sensual y alegre. Nada tímida y que lo abandonó tan pronto
nació su hijo que resultó ser su progenitor. ¿A mí me resbala o me tienta? Oigo
sin escuchar o escucho sin oír. ¡Es lo mismo!
La poeta se detiene y sale, yo
quiero huir y me toma Jean para presentarme a sus amantes. Tomo el violín y
comienzo a ejecutar un concierto casi inagotable de belleza. Mis manos se
enredan en las cuerdas y rompo la hermosa copa. Jean exclama su dolor por la
rotura, mas el sabe que es una forma de romper su corazón.
El crítico me
parece inteligente, es viril y tranquilo. Me ha observado y habló poco casi
nada, eso me sorprende y agrada.
Me habla de una
vez cuando pequeño en la Ópera de París en el Carnaval… yo era un personaje
joven e impactante. Le he dejado huellas. Ahora me habla de sus gatos. Yo los
odio. Tiene un perro, eso me agrada, yo de pequeño tuve un gran perro y era mi
juguete entre la espantosa marejada de odiosos tulipanes.
Ha viajado mucho. Me habla en varios
idiomas y no le pienso responder. Me voy, he visto a Jean acurrucado al
españolito y al italiano como serpiente venenosa. No puedo despedirme, mis
manos están ahítas de dolor y me puedo caer. Salgo con la cabeza en alto.
Buscaré un coche para escapar de este martirio.
¿Por qué me seguirá el periodista?
Acaso quiere ser mi amante… si no puedo dar nada ya, solo sería una penitencia
o un delirio fugaz. Adiós, me dice y sube a un coche que lo espera y
desaparece. Adiós alcanzo a murmurar y me pierdo en la neblina de París.
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